VIII

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FUTURO EN EL PASADO

VIII.

Los aldeanos comenzaban a preguntarse por la ausencia del youkai, llegando a pensar que Kagome, la sacerdotisa, finalmente lo había ahuyentado de la aldea, otros decían que quizá la joven había rechazado al demonio, aunque claro, estaban lejos de la verdad.

Kagome cayó en cuenta de que quizá aquel distanciamiento era debido a lo que Rin le había declarado, con lo cual sólo confirmaba que no tenían ninguna intensión oculta con ella, aunque cruel en su forma de actuar lo comprendía, no había otra forma de que Rin comprendiera la realidad. Al igual que ella seguramente su cuñado esperaba que con la distancia Rin pudiese aclarar sus sentimientos e ideas, y sí a pesar de eso aún dijera amarlo, pues, tendría que aceptar entonces que, Sesshomaru no compartía aquellos sentimientos por ella.

Desde aquel día en que habían platicado, no había vuelto a cruzar palabra alguna con la muchacha, más que los buenos días. Esperaba que no se hubiese molestado por su intromisión y por plantearle aquella pregunta, en todo caso esperaba se diera cuenta que había sido sólo con las mejores intenciones. 

Si bien Kagome no le contó a nadie sobre lo que habían platicado, Sango no tardó en sacar sus propias conclusiones ante la ausencia de Sesshomaru y el semblante pensativo de Rin, cosa rara en ella; aunque al igual que Kagome poco podía hacer por Rin, además teniendo a Miroku como esposo tenía muchas otras preocupaciones.

Sango nunca sería capaz de hablar mal de Miroku, al menos no del todo, menos aún que se trataba del padre de sus hijos, además del obvio hecho de que lo amaba con locura. Tenía que amarlo, pensaba Kagome, para aguantar las continuas boberías del monje. Pero hacía unos días, los aldeanos, al no tener otro chisme que contar, comenzaban a hablar de cosas que escuchaban en otras aldeas. Uno de aquellas platicas llegó a oídos de la sacerdotisa, y probablemente a los de Sango, hablaban de un monje que había sido descubierto haciendo cosas impropias con la hija de un hombre de una aldea un poco lejana, en medio del bosque, pero al tratarse de tal eminencia al padre no le quedó más remedio que pasarlo por alto, después de todo no tenían nada que ofrecer, y si el monje le había puesto el ojo a su hija, bueno, quizá algo bueno saliese de aquello.

Si bien nunca se habló del nombre del monje, Kagome tuvo el desagradable presentimiento de saber de quién se trataba, pero en cualquier caso había decidido no comentarlo con Sango, no había ninguna necesidad de hacerle pasar por un mal rato cuando probablemente, ella ya estaba al tanto de aquellas platicas. 

Los días transcurrieron en aparente calma; Kagome se había encontrado aquella mañana con que últimamente observaba el cielo más que de costumbre, como si estuviese buscando algo, claro, pensó, buscaba a Sesshomaru, pero aquel youkai estaba decidido a no dejarse ver en un buen rato.

— ¿Me estabas buscando? —fue la pregunta que se escuchó detrás suyo.

— No... pero me alegro que estés aquí —contestó Kagome a su esposo que se acercaba a su lado.

— ¿A quién buscabas entonces? —levantó una ceja con claro recelo.

— No te pongas celoso —escuchó un bufido como respuesta—, estaba viendo si no venía Sesshomaru 

— ¿Sesshomaru? —de pronto la curiosidad lo capturó.

— Sí... ya tiene tiempo que no viene, creo que desde ese día que Rin le dijo que —se calló, no quería decir demasiado

— Ya veo... es verdad ya tiene tiempo que no se aparece por aquí —se cruzó de brazos entendiendo que algo había sucedido con su hermano y aquella niña humana, no es que le importase, pero ahora tenía más curiosidad por saber a lo que se refería Kagome— ... ¿y... qué fue lo que sucedió con ellos dos? —ladeó la cabeza viendo a Kagome a los ojos, esperaba que aquel gesto le hiciese soltar algún dato.

— No es nada... no 

— Vamos Kagome, somos esposos —se acercó a ella tomándola de la mano y mirándola fijamente a los ojos—, no deberíamos tener secretos entre nosotros —Kagome maldijo internamente, ya no volvería a dejar que se juntara con Miroku, aprendía cosas que la hacían ponerse muy nerviosa.

— Eh... —se le había olvidado cómo hablar. Inuyasha sonrió triunfante, aunque no le hubiese dicho nada, le bastaba ver aquella mirada de su mujer, aquellas mejillas sonrosadas eran lo más hermoso que había visto nunca, se acercó a ella y la besó. Tendría que aguantar hasta la noche, pensó Inuyasha.

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