XI

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FUTURO EN EL PASADO
XI.

Cuando Kagome y Kohaku llegaron al lugar de encuentro, Kagome volteó hacia atrás, no había más que destrucción y caos, las pocas personas que quedaban con vida, iban corriendo de un lado a otro envueltas en llamas, podía olerse claramente el olor de la carne quemada, el corazón se le estrujó no sólo por eso, sino porque no estaba segura de en dónde estaba Inuyasha, sabía bien que de haber estado en el lugar no habría permitido que nada de eso ocurriera, así que, ¿dónde estaba?

- Kagome al fin llegas ¿dónde está Inuyasha? -preguntó Sango viendo detrás de ellos.
- No, no lo sé -dijo a su amiga quien la veía sin creer lo que decía.
- No se preocupe -dijo Miroku al ver la expresión de las dos mujeres-, seguramente no tardará en alcanzarnos, dudo mucho que se haya alejado demasiado -puso su mano en el hombro de Kagome y haciendo que lo mirase a los ojos añadió-, debemos irnos, no hay mucho tiempo, si nos quedamos aquí me temo que correremos con la misma suerte -dijo señalando hacia la ya destruida aldea.
- Está bien -sabía que Inuyasha no dejaría de buscarla, podía sentir que estaba con bien, así que debía ser fuerte y esperar a que apareciera. Fue recién entonces que Kagome se percató que detrás de Sango y Miroku se encontraban la anciana Kaede y Rin, mientras Kirara llevaba en su lomo a las hijas de Sango.

Ese pequeño grupo era lo único que había quedado de la aldea, además de las mujeres que habían dejado con vida, seguramente, pero pensar en ello y en el destino que les deparaba sólo le causaba malestar. Comenzaron a avanzar en la oscuridad, la Luna se ocultaba detrás de las nubes, ocultándolos así a ellos también.

Se escuchaba solamente el murmullo de los grillos, el roce de las hojas de los árboles mientras se mecían junto al viento, nadie decía nada, nadie se atrevía a hablar, y es que el pensar en la horrible escena anterior los hacía creer que si decían algo en cualquier momento aquel enorme ejército los terminaría encontrando.

No fue hasta después de un largo camino que Miroku dijo – creo que podremos descansar aquí por ahora, debemos ver a dónde ir sino terminaremos en una situación peligrosa -ahora que se daba cuenta, se suponía que Miroku no había llegado aún a la aldea, o bueno, Sango lo esperaba pasado el medio día de mañana.

- Miroku… ¿a qué hora llegaste? -preguntó Kagome acercándose a sus amigos.
- Hace unos momentos apenas… creí que no llegaría -dijo con la cara en penumbras-, en cuanto escuche aquello salí corriendo de la posada, tuve que atravesar el bosque en línea recta, tuve suerte de que no había ningún demonio por los alrededores, de otra forma no hubiera llegado a tiempo -así que había estado corriendo por varias horas, menos mal que tenía buena condición pensó Kagome.
- ¿Qué fue lo que escuchaste…? -hasta ese momento no le había interesado las razones por las cuales habían tenido que salir huyendo de su hogar, pero ahora, tenía que saber.
- Verán… -se aclaró la garganta, al ver que los miembros de su pequeño grupo se acercaban a escuchar su relato-, como saben fui a realizar un par de exorcismos en una de las aldeas vecinas -Kagome y Sango se voltearon a ver negando con la cabeza, ya conocían aquellas farsas del monje, Miroku se aclaró la garganta sintiéndose ofendido por la falta de confianza de sus acompañantes-, en cualquier caso, el asunto se prolongó un poco más de lo previsto así que pedí posada en la casa en cuestión.
- La más lujosa seguramente -dijeron Sango y Kagome al unísono.
- Me ofenden sus comentarios… -decía Miroku pero sin poder negar que sí que se había quedado en la casa más lujosa de la aldea-, en cualquier caso, en esa aldea hay mucha actividad de soldados, tuve suerte de que no me tuvieran en cuenta por ser un monje, escuché que habían estado reclutando hombres de varias aldeas, así lo quisieran o no. Bueno, antes de irme a dormir alcancé a escuchar a unos soldados que hablaban sobre establecer una base cerca de ahí, unos decía que era mejor al norte y otros decían que al sur, no le vi mucho problema en el momento, pero entonces hace unas horas un ruido me despertó, era el sonido de un tanque, parecido a ese que tenían los siete guerreros que fueron revividos por Naraku -frunció la boca, recordar a Naraku no era grato, para nada-, me levanté con rapidez y me acerqué a la puerta, pude ver que efectivamente era un tanque, los soldados comenzaron a reunirse y escuché entonces lo que me hizo correr tanto como pude, tan rápido como nunca antes -era claro que había sido más rápido de lo normal.
- ¿Qué dijeron? -preguntó Kaede, aquella parte no se las había contado aún a nadie.
- Escuché que dijeron “Daremos la lección con esa aldea, sí, la aldea de los demonios… ese bastardo de Inuyasha y el miserable de Sesshomaru terminaran por pedirnos piedad” -todos quedaron en silencio, no entendían qué tenían que ver Inuyasha y Sesshomaru en aquellas guerras-, fue lo único que necesité escuchar para salir hacia acá, con eso y con lo que habían dicho antes los soldados, de que se pondrían en marcha en unas horas, supe que tenía que llegar cuanto antes… gracias a Kami pude llegar a tiempo -ahora que sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, podía ver reflejado en el rostro del monje Miroku todo el cansancio que seguramente sentía.
- Son unos cobardes -decía Kaede notablemente triste, era entendible, la aldea donde había crecido, sus habitantes, sus recuerdos, todo se había convertido en cenizas.

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