Capítulo 1

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El hogar

La babilla me colgaba de la boca sobre el pupitre. Abrí los ojos justo a tiempo para oír que el señor Meade cerraba su libro de golpe. Apenas llevaba un mes asistiendo a sus clases, pero ya me había dado cuenta de que aquella era su forma predilecta de interrumpir mis siestas en su clase de historia. Por más que trataba de permanecer despierto, su monótona voz siempre acababa por arrullarme, hasta que me rendía y caía dormido.

—¿joven Seo? —preguntó con brusquedad el señor Meade—. ¿joven Seo?

—¿Mmm? —murmuré.

Levanté la cabeza y me limpié la babilla con mucha discreción. Miré alrededor para ver si alguien lo había notado, pero todo el mundo estaba distraído excepto Christopher Bang. Sólo llevaba una semana en la escuela, lo cual lo convertía en el único alumno más nuevo que yo. Cada vez que me volvía para mirarlo, parecía estarme observando sin ningún reparo, como si quedarse embobado conmigo fuera de lo más normal.

Su quietud e inmovilidad eran perturbadoras. Además, a pesar de que coincidía en cuatro clases conmigo, no le había oído decir una sola palabra en todo ese tiempo. Su cabello era del mismo color negro que sus ojos y siempre lo llevaba peinado hacia atrás. En realidad era muy guapo, pero su actitud me desconcertaba demasiado como para sentirme atraído.

—Lamento mucho despertarlo. —El señor Meade se aclaró la garganta para llamar mi atención.

—No hay problema —dije.

—joven Seo, ¿por qué no va al despacho del director? —sugirió el señor Meade; yo gruñí—. Ya que ha adquirido el hábito de quedarse dormido en mi clase, tal vez él le pueda sugerir algunas formas para mantenerse despierto.

—Estoy despierto —insistí.

—joven Seo, por favor. —El señor Meade señaló la puerta como si se me hubiera olvidado cómo salir de allí y necesitara que me lo recordaran.

Lo miré fijamente y, a pesar de la severidad que reflejaban sus ojos grises, supe que se derrumbaría con facilidad. Una y otra vez repetí en mi cabeza: «No tengo que ir al despacho del director. Usted no quiere enviarme allí. Permítame quedarme en clase», y en tan sólo unos segundos su rostro se relajó y sus ojos se vidriaron.

—Puede permanecer en el aula y terminar la clase —dijo el señor Meade aturdido. Luego sacudió la cabeza y se restregó los ojos—. Pero la próxima vez no dudaré en enviarlo de inmediato al despacho del director, joven Seo.

Parecía confundido, pero después de un minuto se volvió a sumergir en su clase de historia.

No estaba muy seguro de lo que hacía; trataba de no darle demasiadas vueltas, o al menos de no llegar a articularlo. Un año antes había descubierto que si me concentraba mucho en algo y me quedaba mirando a alguien con la intensidad suficiente, podía lograr que hiciese lo que yo quería.

A pesar de que sonaba fabuloso, trataba de evitarlo en la medida de lo posible: en parte porque me sentía como un loco por creer que de verdad podía lograr algo que, cosa rara, siempre conseguía, pero sobre todo porque no me gustaba, me hacía sentir una persona tramposa y manipuladora.

El señor Meade siguió hablando e intenté escucharlo con atención porque me sentía culpable. No me había gustado manipularlo, pero no me podía permitir que me enviara al despacho del director. Me acababan de expulsar de la escuela anterior y eso había obligado a mi hermano y a mi tía a desarraigarse una vez más para mudarnos a donde estaba emplazada la nueva escuela.

Cuando la clase terminó al fin, metí mis libros en la mochila y salí de allí a toda prisa. No me apetecía quedarme en clase después de lo que acababa de hacer; el señor Meade podía cambiar de opinión y enviarme ante el director, por lo que decidí dirigirme a mi taquilla de inmediato.

1.Travesía - ChanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora