Capítulo 14

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El reino

A excepción del jardín secreto oculto junto a los acantilados, había visitado muy poco los alrededores del palacio. Después de desayunar salí con Christopher para que me mostrara la zona. El cielo estaba nublado y oscuro; Christopher lo observó con algo de escepticismo.

—¿Crees que lloverá? —le pregunté.

—Aquí nunca se sabe. —Parecía un tanto molesto, pero negó con la cabeza y se puso en marcha; había decidido que nos arriesgaríamos.

En esta ocasión salimos por la puerta principal de la mansión y caminamos por el empedrado de la entrada. Los árboles proyectaban su sombra sobre el palacio y se arqueaban hasta llegar al cielo; al final mismo de la entrada había exuberantes helechos y plantas que rellenaban los huecos entre los pinos y los arces.

Christopher pasó entre los árboles, empujando a uno y otro lado las plantas para abrirse camino. Ese día había insistido en que me pusiera zapatos, y mientras caminaba detrás de él comprendí por qué. Seguíamos un sendero marcado, pero estaba cubierto de musgo, ramas y piedras.

—¿Adónde nos dirigimos? —pregunté; el sendero comenzaba a empinarse.

—Te voy a mostrar Förening.

—¿No lo he visto ya? —Me detuve y me di cuenta de que casi no se podía ver nada entre los árboles; sospechaba que más adelante todo seguiría más o menos igual.

—No, aún no has visto nada. —Christopher me miró con una sonrisa—. Vamos, Felix.

No esperó mi respuesta; sencillamente, se puso a escalar. El sendero se inclinaba cada vez más hacia arriba; el lodo y el musgo lo invadían todo, y el camino parecía bastante resbaladizo. Sin embargo, Christopher, sujetándose de algunas ramas o raíces que salían de entre la tierra, seguía subiendo con mucha facilidad.

Yo no logré ser tan elegante: no dejé de resbalarme y tropecé continuamente a lo largo de todo el camino de subida, por lo que acabé con rasguños en las palmas de las manos y en las rodillas a causa de ligeros encontronazos con rocas afiladas. Christopher no se detuvo y casi no se volvió para comprobar si lo seguía; confiaba en mis habilidades más que yo mismo, pero supongo que en el fondo eso tampoco era nada nuevo.

Estoy convencido de que si no hubiera estado tan ocupado tratando de no caer rodando pendiente abajo, tal vez hasta hubiera disfrutado del paseo. El aire olía a hierbas y se respiraba la frescura de los pinos y las hojas. El eco del río se propagaba por todas partes: tuve la misma sensación que si me hubiera pegado un caracol a la oreja. Por encima del sonido del agua se oía el gorjeo de las aves y su bulliciosa melodía.

Christopher me esperó en la siguiente formación rocosa. Cuando lo alcancé no hizo ningún comentario acerca de lo lento de mi avance; apenas había recuperado el aliento cuando él se sujetó de un pequeño saliente en la roca y se impulsó hacia arriba.

—Es imposible que yo pueda subir hasta ahí arriba —le dije mientras observaba la resbaladiza superficie de la roca.

—Yo te ayudaré. —Apoyó los pies en una grieta y luego extendió el brazo para tenderme la mano.

La lógica me decía que, si tomaba su mano, el peso de mi cuerpo lo haría caer montaña abajo, pero él no dudó en ningún momento que podía sujetarnos a ambos: yo tampoco lo dudé. Christopher tenía la habilidad de hacerme creer en cualquier cosa, y a veces eso resultaba aterrador.

Me agarré a su mano, pero ni siquiera tuve tiempo de disfrutar de su calidez y de su fuerza, porque al instante tiró de mí hacia la roca. Grité un poco y Christopher se rio. Me condujo hasta otra grieta y de pronto me encontré desesperado, colgando de la roca.

1.Travesía - ChanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora