Capítulo 11

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El jardín secreto

Christopher me condujo por la casa y a través de un pasaje que ni siquiera sabía que existía, salimos por la puerta lateral y llegamos a un angosto sendero de grava flanqueado por altos árboles; el camino serpenteaba alrededor de la casa y llegaba hasta los acantilados antes de abrirse e ir a parar a un hermoso jardín. La casa y el balcón colgaban sobre una sección del mismo y la cubrían con su sombra; el resto del jardín, sin embargo, lo bañaban los cálidos rayos del sol.

Aquel espacio estaba separado del resto del mundo por muros de ladrillo cubiertos de gruesas enredaderas florecidas. Allí crecían manzanos, perales y ciruelos; en realidad, era más un huerto que jardín. En los pequeños parterres había flores rosadas, violeta y azules, y aquí y allá se alzaban del suelo brotes de aterciopelada hiedra.
El jardín estaba incrustado en una colina, por lo que tenía una ligera inclinación. Mientras caminábamos por el sendero resbalé y  Christopher me cogió de la mano para ayudarme a recuperar el equilibrio. La piel se me encendió con tibieza, pero en cuanto estuve a salvo  Christopher me soltó. No permití, sin embargo, que aquello ensombreciera mi ánimo.

—¿Cómo es esto posible? —le pregunté al tiempo que observaba las mariposas y las aves revolotear sobre los árboles—. No estamos en temporada de ninguna de estas frutas, no deberían estar floreciendo.

—Nunca dejan de florecer, ni siquiera en invierno —explicó  Christopher, como si fuera lógico.

—Pero ¿cómo puede ser? —insistí.

—Por arte de magia —respondió sin detenerse.

Me volví y miré hacia arriba. Allí estaba la casa, majestuosa sobre nuestras cabezas. Desde donde estábamos no se alcanzaba a ver ninguno de los ventanales porque el jardín se había concebido de tal forma que no fuera visible desde la casa. Además, los árboles se encargaban de ocultarlo aún más: era un jardín secreto.

Christopher ya me había dejado atrás, por lo que me apresuré a alcanzarlo. El viento silbaba entre los árboles y el fluir del río encontraba su eco en los acantilados. A pesar de ello, sin embargo, oí risas. Giré al llegar a un arbusto y vi un estanque que, de manera inexplicable, contenía el agua que caía de una pequeña cascada.

Al otro lado del estanque había dos bancos redondeados de piedra; allí se hallaba la fuente del bullicio. Wooyoung  estaba acostado sobre uno de los bancos, riendo y mirando al cielo. Junto a él,  Christopher admiraba el fulgor del agua. En el otro banco estaba sentado un chico que parecía un poco mayor que yo; estaba bebiendo un refresco. Su pelo era de un rojo encendido y sus ojos, de un color verde esmeralda; sonreía con nerviosismo y cuando se percató de mi presencia se puso de pie y palideció.

—Has llegado justo a tiempo,  Felix —dijo Wooyoung  entre carcajadas mientras se levantaba—. Es la hora del espectáculo: ¡San estaba a punto de eructar el alfabeto!

—No te pases, Wooyoung , ¡eso no es cierto! —protestó él chico, con las mejillas encendidas a causa de la vergüenza—. ¡Lo que pasa es que estaba bebiendo demasiado rápido, y además ya me he disculpado! — Wooyoung  se rio de nuevo y él me miró apenado—. Lo siento, a veces Wooyoung  se comporta como un verdadero idiota. Me hubiera gustado causarte una primera impresión muy diferente a esta.

—No te preocupes, por ahora vas bien. —No estaba acostumbrado a que la gente tratara de impresionarme, y me costaba trabajo creer que un chico como él tuviera que esforzarse para conseguirlo; ya era lo bastante simpático.

—Bueno,  Felix, él es San, él vecino —exclamó Wooyoung , haciendo los gestos típicos de las presentaciones—. San, él es  Felix, futuro monarca de todo lo que te rodea.

1.Travesía - ChanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora