23 de marzo de 2023
Aterrizé en Londres a las nueve de la mañana, dos horas antes de mi reunión con Red Bull.
Un coche me esperaba fuera del aeropuerto para llevarme directa a Milton Keynes. Tenía por delante una hora de trayecto, y ni una intención de quedarme más tiempo del necesario: al día siguiente, de madrugada, volaba rumbo a Arabia Saudita.
Al llegar, agradecí al conductor y me dirigí a la cafetería de la sede, donde Naia ya me esperaba con su inseparable café.
—¿Vas a volar desde aquí? Podríamos ir juntas —sugirió.
—Para nada —respondí, tomando un sorbo del café recién servido—. Leclerc me ha invitado a viajar con él en el avión de Ferrari.
Naia se quedó paralizada, con la taza a medio camino de sus labios y la boca ligeramente abierta.
—¿Qué?
—Me desperté el martes con un mensaje suyo, a las tres de la mañana, invitándome a volar desde Niza con él. Ni siquiera quiero saber de dónde sacó mi número.
—¿Y le dijiste que sí?
—¿Tú sabes lo cómodo que es un vuelo privado? —ella negó con la cabeza—. Pues lo he probado unas cuantas veces. Créeme, no hay comparación con primera clase. Me dormiré en uno de esos asientos y ni notaré su existencia.
—Si la prensa se entera, va a arder Troya —comentó ella con tono serio.
Ah, sí. El lunes habían filtrado unas fotos mías con Pierre. Alguien en la fiesta las tomó —probablemente un invitado, ya que desde lo alto del crucero era imposible que un paparazzi las hubiera conseguido.
Tuve una discusión por teléfono con Pierre, aún no lo había visto desde entonces. Todo producto del estrés y del caos mediático que nos envolvía.
Mi padre también me dejó clara su desaprobación. Y cuando le expliqué que Pierre y yo no estábamos saliendo, que solo... bueno, eso, su cara empeoró aún más.
Pero ya no tenía dieciséis años. Era libre de decidir sobre mi vida privada, aunque la prensa —y los fans— pensaran lo contrario.
La reunión con Red Bull fue breve. Demasiado. Tardé más en llegar que en sentarme y hablar: cuarenta y cinco minutos de charla corporativa.
En los pasillos, me crucé con papá.
—Bianca —me sonrió—. ¿Vienes a comer a casa?
Desde que me independicé, él se había mudado a Londres para estar más cerca de la fábrica. Ya habían pasado dos años, pero seguía siendo raro tenerlo a dos horas de vuelo y no a dos calles.
—Iba a ver unos apartamentos con Naia.
—No pasa nada —asintió—. ¿Volamos juntos?
—Ya tengo vuelo.
Una punzada de culpa me recorrió el estómago.
—Pero podemos cenar mañana. O comer. Dependerá de la hora en la que lleguemos.
Nos despedimos con un abrazo fuerte. Las agendas no nos dejaban margen. Su carga de trabajo siempre era brutal: mientras todos celebraban o lloraban una carrera, él seguía en el garaje resolviendo problemas.
Pasé la mañana con Naia viendo apartamentos en distintas zonas de Londres. Luego almorzamos en el centro, hicimos unas compras, y finalmente, a las nueve de la noche, partí rumbo a casa.
Lo que menos me gustaba de Mónaco era que no tenía aeropuerto propio. Así que, como siempre, aterricé en Niza y conduje hasta el Principado.
Había ido con mi Ferrari, así que me subí al coche y me dejé envolver por la brisa de la noche. Eran las once, el tráfico era casi inexistente. Las calles de Mónaco se desplegaban ante mí como una postal viva.

ESTÁS LEYENDO
RED BLOOD - CHARLES LECLERC
FanfictionBianca y Charles tienen una relación cargada de odio desde que se conocieron en el colegio. A lo largo de los años, su odio se ha mantenido, incluso compartiendo el mismo lugar de trabajo en la actualidad. A pesar de tener un vínculo en común, ya q...