5. Australia

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9 de abril de 2022

Mi mayor sueño de pequeña era tener una familia unida.

Muchos niños querían volar, poder cantar, ser modelos..., pero yo lo que deseaba era una familia con amor, como muchos niños de mi clase tenían. Siempre los envidié por eso.

Mis padres se separaron unos meses después de que yo naciera, al principio pasaba una semana con cada uno, pero, cuando cumplí los dos años, mi madre se mudó a Estados Unidos sin avisar.

Simplemente, me devolvió con mi padre el lunes que le correspondía y, cuando papá me fue a llevar con ella, nos abrió la puerta un matrimonio mayor que le habían alquilado su casa.

Apenas tengo memorias de ella. Los únicos recuerdos que mi mente ha creado han sido a partir de fotografías y algunas anécdotas que mi familia paterna me ha contado.

Porque tampoco sé nada de la familia de mi madre.

Ella venía de una de las familias más adineradas de América y cuando se enamoró de mi padre en un evento que organizaba la alta sociedad dejó todo y se mudó a Mónaco.

Tenían una casa enorme, con un jardín infinito y una piscina que parecía olímpica. En las fotos se veía como un sueño, una casa por la que muchos suspiraban.

Cuando ella se fue me quedé en el apartamento de papá, que no estaba nada mal, pero no era nada comparado con la casa.

Algunas veces, cuando pensaba más de la cuenta y preguntas acechaban mi cabeza, cogía el coche y conducía hasta la montaña donde se encontraba.

Nunca había visto a nadie entrar desde, salir o alguna luz encendida desde que el matrimonio murió, por lo que supuse que no la había vendido.

De pequeña fue muy duro para mí, siempre preguntaba por ella y papá me decía que se había ido a trabajar muy lejos y que no volvería en un largo tiempo.

A los seis años dejé de preguntar. Supongo que algo en mí se dio cuenta de que no la vería nunca más y lo mejor era seguir hacia delante sin ella.

A los quince le pregunté a mis abuelos sobre mi madre. Ellos la quisieron como una hija más, pero no pudieron evitar enfadarse con ella cuando nos abandonó.

Blake Abbey era reconocida internacionalmente por su familia y su trabajo como actriz, sin embargo, nunca había buscado nada relacionado con ella y tampoco había visto ninguno de sus trabajos. 

Ni siquiera sabía que películas o series había protagonizado, pero sí sabía que tenía una estrella en el paseo de la fama en Los Ángeles, por lo que no le iría nada mal.

Mis abuelos me explicaron que cuando yo nací era muy joven. Mis padres se llevaban seis años.

Blake acababa de cumplir los diecinueve, mientras que mi padre tenía veinticinco. Supuse que sería duro, porque yo, con veintidós, no me imaginaba cuidando de un bebé que fuera mío, pero eso no sería motivo para que lo abandonara.

Creo que nunca perdonaría a mi madre por lo que hizo. Me quitó la posibilidad de crecer con mi madre biológica, esa a la que todos decían que me parecía mucho.

Tenía su altura, sus curvas, su sonrisa, su cabello negro y sus ojos verdes de tono salvia. Según mi abuela, también había sacado la facilidad de comunicarme con la gente de ella, ambas éramos extrovertidas y no nos era complicado establecer una conversación con alguien.

Siempre tendré algo en el fondo de mi corazón que me provocará rechazo hacia ella.

Helena Lajoux era la persona que había ocupado el puesto de madre desde que cumplí los dos años y estaba eternamente agradecida por eso.

RED BLOOD - CHARLES LECLERCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora