Detener el tiempo

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Elías Medina


— ¿Para ti qué es el amor? —Le susurra quedo, cerca del oído tras haber mordido sus labios, después del beso.

Estaban en la fuente de aquel parque cercano a la escuela, los árboles por un momento daban la impresión que este se trataba de un sitio que la ciudad había olvidado, un pequeño intento de la naturaleza por perdurar una urbe, opacada por la modernidad, que arrasaba los colores con un grisáceo entorno. En este pequeño oasis de naturaleza, los dos solían quedarse acurrucados cada que se saltaban clases, sus amigos a veces los buscaban pero hoy querían entera privacidad, después de todo se trataba de su primer mes de novios. El chico disfrutaba el momento, le gustaba sentir la suavidad del tacto de los labios que le quemaban el pecho. Sus manos, entrelazadas como costuras de fina seda; sus ojos cuál botones relucientes, las comisuras de sus labios queriendo ser bordadas la una de la otra.

Hay pocas ocasiones en las que puedes sentir un amor así, sin tapujos, traumas ni prohibiciones propias. Donde tu sentir se desborda tras no saber medirlo.

Antes de responder, el chico tragó saliva, no piensa, deja que las palabras salgan según su corazón lo dicta: — El amor es...

Es lo único que recuerda de ese día.

Han pasado años desde aquel momento y conforme a ello su corazón se ha ido deshilachando, cuando se soltó de aquellas manos, pequeños hilos se han perdido en el camino. El amor es una experiencia de costuras, de remendar pedazos de un órgano que no vuelve a ser el mismo tras la primera ruptura, por más que intentes parcharlo hay lugares que no quedan igual; los hilos siempre son diferentes, por que los consigues de otras telas, gente que te va dando tiritas de su propio sentir, de diferentes colores y grosores, tú aprendes por lo general, a tomar una aguja y unirlos como puedas, con sus formas irregulares, con sus rincones mal cocidos, con pinchazos en los dedos, pero al fin y al cabo con una experiencia que cobija tu existencia. Más vale amar y tener harapos de tela, que morirte de frío sin haber aprendido a coser.

En la actualidad, Elías espera en el camión con una chamarra de mezclilla remendada, una camisa negra, unos pantalones oscuros y botas enlodadas. Adornando su cuello unos audífonos rojos estilo diadema, de los cuales se despide la música en el ambiente, lista para ser escuchada de manera íntima por el chico; su cara ha sido completamente rasurada y su cabello ha dejado de tener longitud para tener un corte más mesurado, aunque con ciertos tintes juveniles.

Estando de pie, mira cómo cada calle se desdibuja ante sus ojos para darle lugar a otros lugares fugaces, presiona el botón con levedad apenas escuchando el pitido, haciendo que, la bestia urbana comience a detenerse paulatinamente. Las puertas se abren casi de manera solemne, el chico baja escalón por escalón sin muchos ánimos, mirando el entorno, ha concluido que este debe de ser el lugar que ella le indicó. Dentro del mismo hay una carga de elementos contrastantes, a su derecha un llano de hierba mala, donde bien podría haber animales escondidos entre su follaje. A su izquierda, un proyecto de urbanización, con casas idénticas la una de la otra, ordenadas como piezas de domino, adornadas con pequeños jardines semi marchitos y pintadas de colores claros. En sus manos, primero un paraguas que despliega tan pronto baja, por el miedo a la lluvia que se presenta, además de una muñeca de vestido rosado, tomándola de la mano, van juntos por la calle mientras los carros van llegando a casa, busca un refugio cercano en la parada del autobús, se sienta y deja de frente su pequeño obsequio. Observa sus ricitos dorados, sus ojos azules, sus mejillas rosadas y sus manos tan diminutas. Siente las manos plásticas al tacto, entiende que no hay vida en las mismas, que serán de ese tamaño eternamente y si le tocase verla años después seguiría así; pone la muñeca dentro de su chamarra, cerrando el cierre hasta el pecho, se estira levemente y piensa que es lo correcto venir al menos una vez para conocer a su posible hija. Quiere verla después de todo, quiere saber si tiene algo de sí en su carita, si en sus manos puede sentir un tacto similar al suyo, que si al verla ella lo reconocería. Desde aquella llamada en vacaciones de invierno solo puede pensar en este día y en que, no quiere perder el tiempo para verla, quiere conocer a su muñequita.

Nuestro Dramático Taller 2- ConflictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora