Abnegación

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Lucia Rivera


En sala de maestros Pedro llega a organizar sus papeles antes de la llegada de las personas citadas, actualmente le gustaba mantener los expedientes fuera cuando se trataba de reuniones así, el lugar había visto cierta organización después de tener un año en el cargo, por lo que, a pesar de los muebles algo gastados, la oficina se presentaba de una manera ejemplar.

Cuando Lucía y su madre entraron al lugar. La señora a finales de sus 40, con ya varias canas marcadas, cicatrices en el cuerpo, manos firmes, brazos pronunciados, de tez morena, chaparrita y con una mirada que evocaba lastima, vestía un con un vestido largo, de múltiples tonalidades de entre ellos resaltando el color café y amarillo, cubriendo su cuerpo un chal color negro y sus zapatos, aquellos de tela que ni agujetas tienen, cubirendo sus piernas unas mallas y calentadores que hacían juego con el largo vestido.

Lo primero que detonó la chica en la oficina fue la foto que el maestro tenía de su madre en el escritorio, le inspiraba cierto aire de alejarse del lugar, dado que presentía que todo se iba a volver una conversación enfocada en la importancia del concepto de la familia. Estas escasas semanas de vacaciones habían sido vitales para la rehabilitación de la chica. Tras una segunda recaída e internada algunos días en el hospital la habían llevado a dos lugares para que ella volviera a sentirse estable, el primero de ellos fue a un retiro donde, aparte de la desintoxicación tuvo un fuerte acercamiento tanto religioso como espiritual; el segundo se trató de citas semanales con la psicóloga para tratar de mitigar sus duelos internos, las cuales apenas estaban comenzando.

Algo de lo que la madre estaba más interesada que nada era que su chica no descuidará sus estudios, que si se pudiera que volviera a la brevedad a como era antes, más entendía que era necesario aligerar las cargas de la chica.

Lucía estaba con el gesto fruncido, con la cabeza gacha, casi mirando el borde del escritorio ya que si levantaba demasiado la vista llegaría a ver esa foto. La chica llevaba una bufanda roja, una chamarra negra estilo esquimal que cubría una blusa de tirantes verde tabaco, su pantalón era de mezclilla oscura con las rodillas rotas y descosidas, sus botas de un color crema, casi del mismo tono de un café con una buena porción de leche. Mientras la chica seguía turbada, su madre la tomó del hombro para que vuelva dentro de sí.

— Bienvenidas, tomen la libertad de sentarse — Dice Pedro a sus invitadas.

Delante del escritorio las dos sillas, ambas las recorren y acatando la indicación esperan atentas la próxima indicación de Pedro: — Saben, antes de que entremos es importante que hablemos de algunos asuntos. Primero que nada les preguntó nuevamente, ¿Están seguras de su decisión?

— Absolutamente — La madre de Lucía — Ella no está en condiciones de llevar los dos semestres al mismo tiempo. De hecho dudo que pueda terminar este semestre pero su abuela me aconsejó que es mejor que siga con sus actividades en orden.

— Mmmm... ¿Estás de acuerdo con ello? — Pedro, mirando a Lucía.

— Claro que debe de estar de acuerdo con ello — La madre, interrumpiendo.

— Necesito que venga de ella, al menos para no tratar de acarrear problemas en el futuro. Dime, Lucía ¿Quieres volver a solo tomar tercero?

Antes de responder la chica traga saliva. Sobre ella la mirada acusadora de su madre punzándole la nuca, se limita a decir: —Yo creo que es lo mejor, no estoy con todas mis fuerzas, después de todo.

— Entonces solo el tercero será. Necesitamos que ambas firmen una carta compromiso, además de ello debo recordarles algo. La ley orgánica específica la importancia de tener una institución libre de drogas. Si se le encuentra a Lucía con el consumo de algún tipo de sustancias dentro de la institución será meritoria de una amonestación y si la misma es frecuente, podrá ser sancionada con una baja definitiva del plantel. ¿Entendido?

Nuestro Dramático Taller 2- ConflictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora