Con un beso me bastó

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Elías Medina


Volvía a llamar a sus padres, no contestaban, desde diciembre era lo mismo, asumió que debían estar de vacaciones en algún lugar fuera de su nueva ciudad. No le sorprendía, pues, a veces le avisaban las cosas una vez ya habían sucedido.

Cerca de la parada del camión un carro se estacionó, con los vidrios polarizados bajo la ventana y dentro del vehículo estaba su ex suegro pidiendo que subiera al coche. El chico le hace caso casi de inmediato, va al asiento del copiloto y se van. Se trataba de un señor bastante alto, con la tez morena, el peinado estilo militar y un mentón cuadrado. En su vestir resaltan una camisa a botones verde tabaco, una chamarra negra estilo cazador, unas botas de trabajo con casquillo y unos pantalones café crema. Los nudillos gruesos del señor parecían manoplas teniendo una al volante y la otra cambiando de vez en cuando la palanca de velocidades. Elías llevaba rato sin sentir aquel sudor frío que tenía al mirar aquella figura, sentía que cualquier decepción que le provocará se trataría del final de sus días.

El señor quiere romper el hielo, con su gruesa e inexpresiva voz le comenta: — ¿Hace cuánto que no te veo muchacho?

— T-tres años, creo.

— Juraría que fueron más, el tiempo vuela, ¿y ahora a qué te dedicas?

— Estoy retomando la preparatoria.

— Mmmm... ya veo. ¿sigues con la banda?

— No, se separó cuando entraron a la universidad.

— Es una lastima, me gustaba su sonido.

— ¿En serio?

— Sí... ¿Has pensado en estudiar música saliendo?

— La verdad no he pensado que hacer terminando de estudiar.

Al momento que llegaron al domicilio, se tomó una pausa para estacionarse y luego le ofreció un consejo al chico: — Ya deberías verlo. No estás tan joven. Lo bueno es que mi hija prefirió cuidar sola a mi nieta que andar contigo. Eres tan indeciso y nervioso. ¿Qué harías teniendo un bebé a esta edad?

— No lo sé señor.

— Quiero que te quede claro algo, accedimos a que veas a la niña por una única vez. No quiero que intentes nada para evitar que se vayan contigo mis dos tesoritos, ¿Entendiste?

— Entiendo señor.

— Más te vale, que es el único día que dejaré que pises esta casa.

Tras esta plática, recordaba los viejos tiempos con el suegro vuelto loco tras él, en el pasado le decía que ni se le ocurriera tocar a su hija, que el día en que lo hiciera iba a pagarlo. Agradece que no lo hiciera, parece más tranquilo, menos violento, pero más amenazante. La casa es una de las piezas del domino urbano, de color verde pastel, dos pisos, bastante estrecha pero con un pequeño jardín, donde un árbol de limones ha perdido las hojas a causa de la estación, en la puerta hay un cancel con un detalle de sol, aunque parezca una pacifica colonia las casas poseen protecciones, por si las dudas, tanto en puertas como ventanas, las de esta casa eran de color gris, en el suelo un tapete, del cual el ex suegro se limpió los pies e invitaba al chico a hacer lo mismo. Ambos entraron a la casa, se quitaron los abrigos donde el señor los puso en la mesa de la sala para que secaran, contiguo a la sala estaba la cocina donde una señora chaparrita, morenita y con cabello rizado, con un mantel blanco, ropa informal y quien parecía ser el opuesto de su esposo y con cierta parsimonia en su forma de ser, saludó al chico: —Elías, hace mucho que no te veía, estas un poco más alto que antes, siéntate, que ellas están allá arriba haciendo las maletas, se van a ir mañana al extranjero, no sé si ya te hayan comentado. ¿Ya has comido?

Nuestro Dramático Taller 2- ConflictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora