xvii.

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Al principio no supo por donde empezar, así que inició su confesión en el momento en el que tenía diecisiete años.

Tenía... diecisiete años, entonces, era joven e idiota, muy idiota —empezó, cogió algo de aire, intentando no cortarse, intentando contarle eso a alguien por primera vez—. Me dí cuenta de lo mucho que odiaba estar enamorada cuando fue demasiado tarde, no sé si fui yo, él o el estrés de estar en guerra. Tal vez fue todo, tal vez yo. Nunca había tenido trato con nadie de mi edad hasta que... él llegó a nuestra base, nos estábamos preparando para la guerra. Yo... no sé en qué pensaba —admitió negando con la cabeza, Tsu’tey la escuchó atentamente—. Yo me enamoré —siguió, soltó una risa tan falsa como amarga—, me puse a los pies de alguien que no valía la pena, me volví... débil, por él. Por alguien que estaba jugando conmigo antes siquiera de ser amigos.

»Johnnatan Rogers, se llamaba, un... guerrero joven, mayormente inexperto. Yo también era joven, y aunque tenía experiencia en la guerra, no la tenía en la vida. —Mireya miró hacia un punto en el suelo—. No sé si él sintió algo por mí alguna vez, yo desde luego sí, estaba tan... ciega... que no ví más allá, no ví cómo me usó y después simplemente me dejó —susurró, Tsu’tey le acarició la cabeza—, me dejó sola después de que le dijera que estaba embarazada. Ese mismo día, mi hermano fue... atacado junto a su equipo, lo salvé a él después de recibir un disparo en el vientre —contó, el Omatikaya se tensó al oír esta parte de la historia—. Nada fue a mejor desde entonces, solo que ascendí de puesto, pero mi hermano había terminado sin movilidad en las piernas y yo sin la posibilidad de tener un hijo y sin las ganas de volver a enamorarme.

Tsu’tey consiguió que ella se sentara en el borde del lago, lo cual ella agradeció. Algo que también agradeció fue el silencio espectante del guerrero, no habló en ningún momento, pero Mireya sabía que estaba escuchando, lo sentía.

—¿Y tu hermano? —preguntó después de un rato.

Hermanos. —corrigió. Al ver la cara de confusión de Tsu’tey explicó—: Uno está muerto.

—Lo siento —se disculpó situándose detrás de ella para abrazarla.

—No te disculpes, jamás se lo dije, a ninguno de ellos —aceptó el abrazo de Tsu’tey e incluso llegó a apoyarse en el torso de él.

—¿Por qué?

—Tenía diecisiete años, si se lo dijera... no lo sé, nunca me he permitido pensar en eso, en su reacción. —Ella dejó que su vista se centrara en una planta luminosa acuática que parecía moverse al son de una corriente que no alcanzaba a apreciar.

—Yo no te dejaría —susurró en su oído.

—Ni yo —respondió girando su cabeza hasta encontrarse con el rostro de él, con sus ojos, sus labios a milímetros.

—Nunca te he dicho... —empezó, pero se calló cuando se dio cuenta de que estaba hablando en alto.

—¿El qué no me has dicho? —Él desvió un poco su mirada, sin atreverse a responder—. ¿Prefieres otra carrera por el bosque?

—No hay necesidad, taw —respondió en cambio.

Si no hay necesidad, responde Tsu’tey —dijo atreviéndose a usar un tono más coqueto.

Las pupilas de él se dilataron un poco al oír otra vez su nombre, y además con ese tono. El guerrero simplemente la miró, sintiendo palpitar la mitad de su cuerpo.

—Nunca te he dicho... que me encanta que me mires con esos ojos —respondió acariciándole la mejilla.

—¿Qué ojos? —La pupila de ella se dilató un poco al encontrarse con la mirada de él.

I See You || Tsu'teyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora