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Probablemente no debería estar haciendo esto.
Primero, ambos estamos borrachos, yo un poco más que él, lo que significa que no debería estar conduciendo. Segundo, estamos yendo a su departamento. Evito pensarlo demasiado para no arrepentirme.
Lo miro de reojo mientras maneja, sus manos aprietan el volante con demasiada fuerza demostrando lo mucho que se está conteniendo. Conecta su mirada con la mía y pone su mano libre sobre mi muslo, trato de no temblar ante el calor que desprende su piel pero es imposible.
—Si sigues mordiéndote el labio así voy a tener que parar aquí mismo.
Saboreo el tono ronco delicioso de su voz, felicitándome internamente porque todos mis intentos de provocarlo han salido a la perfección.
—¿Tan desesperado estás?
Suelta una risa ronca— . Podría demostrarte cuanto ahora mismo pero prefiero esperar a que mi atención esté puesta solo en ti.
No digo nada más, me hundo en el asiento y lo dejo conducir con su mano todavía acariciando mi muslo.
El viaje se hace eterno para los dos, atravesamos la mayor parte del centro de San Francisco con la tensión construyéndose con cada centímetro de piel que su mano descubre en mi muslo y sus alrededores. Finalmente, después de lo que parecen dos horas, entra al estacionamiento de un edificio enorme y parquea su auto en un espacio con su nombre.
