⚡ PRÓLOGO ⚡

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Últimamente los días eran nublados. Y ese martes no era la excepción. Aunque no es habitual, el clima sombrío no suponía el verdadero problema en Seúl, aquello tan sólo era un insignificante cofactor del verdadero disturbio en el país.

Era el inicio de la primera semana desde que se dio a conocer una extraña epidemia de talla local. La población de la ciudad aún no recibía el contexto de lo que ocurría y solamente debían resignarse con saberse en medio de un peligro desconocido.

Los residentes cercanos y habitantes de las zonas metropolitana comenzaron a presentar conductas que llegaban a sobrepasar lo normal. Un infectado podía ser detectado por el alto nivel de pensamientos pesimistas. Posteriormente, éstas mismas personas afectadas caían en una tentación radical y fatídica, llevándolos a cometer suicidio luego de unos minutos en su propia agonía mental. La gama de opciones se volvió riquísima, siendo cada óbito más brutal que el anterior. Corte de venas, ahorcamientos, degollación, disparos en la cabeza, etc; eran tan sólo algunos de los métodos más empleados por estos humanos. Dentro de esos pocos días, las calles de Seúl se volvieron una clase de granja de cadáveres. Cadáveres de personas comunes que podían verse libremente en cualquier espacio público antes de ser recogidos por el cuerpo de policia.

A pesar de la situación y la nula obtención de respuestas, el gobierno del estado permitió el libre andar de la población ante la falta de resultados estadísticos sobre el nivel de amenaza. Por eso mismo, en esa tarde de martes todo estaba yendo relativamente bien.

La gente había estado refugiada dentro de sus hogares, vivían cotidianamente en calma, o al menos se suponía que todos lo hacían, hasta que un azote retumbó entre la soledad de un departamento en un tercer piso.

Un castaño claro se internó en el hogar, perturbando la calma del mismo sitio. Lucía agobiado, triste y sobre todo, decepcionado. En su garganta reposaba un nudo enorme y su estómago no se estuvo quieto en ningún instante.

"Eres un inepto, no sirves para eso, sólo eres un estorbo para tus compañeros".

"Habría sido mucho mejor si hubieras decidido terminar una buena carrera".

"Terminarán en quiebra, su música es horrible y pronto van a arrepentirse por despreciar un buen futuro".

Las voces no se apaciguaron en ningún momento desde hace un rato. Se escuchaban tan claras y llenas de odio que fácilmente lograban burlar a la realidad. El muchacho se sentía desgraciado. Rememorando su pasado, sólo podía resaltar sus pésimas decisiones. La renuncia temprana de su etapa académica, la independencia personal a los 18 años, la pelea con sus padres por su anhelado sueño.

«Demonios, sí soy un bueno para nada».

Las mismas horribles palabras continuaron atormentando su paz. Por más que quiso deshacerse de aquellos desalentadores pensamientos, no pudo. Cada minuto que pasaba, sólo era esencial para verse más hundido en el dulce abrazo de la depresión. Su sed de libertad aumentó de manera alucinante, comenzaba a desesperarse y la sola idea de ya no existir, lo entusiasmó.

Caminó descalzo por el azulejo hasta llegar a la alacena de la cocina. Tomó entre sus manos el botiquín de los medicamentos y abrió el mismo, arrojando toscamente los frascos sobre la superficie de la mesa. Su mente pipiola le dejó inmerso en el desorden frente a él. No conocía los efectos de los medicamentos, ni mucho menos el nivel de posible intoxicación. Él estaba buscando resultados eficientes, no quería terminar en el hospital con una reprimenda vergonzosa por el hecho de haber tomado analgésicos leves. Así que abrió los medicamentos fuertes que trataron sus enfermedades pasadas. Su palma rápidamente se llenó de pastillas varias y el cuenco creado por su propia mano se vio tembloroso, provocando la caída de unas cuantas.

NOEASY || STRAY KIDSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora