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Cualquiera -por no decir que todos-, sabría que tarde o temprano sucedería.

Las calles se volvieron desiertas con el paso de algunos días. De una semana a otra, ya era casi imposible salir unos metros fuera de casa sin correr el peligro de infectarse. A ojos de todos, el apocalipsis ya se había hecho realidad en una zona de la ciudad.

La aparición de grandes organizaciones y potencias mundiales orillaron al gobierno coreano para que este se involucrara más en el asunto, especialmente luego de que se publicara un artículo sobre la tasa de suicidios que tuvo un incremento interesante en la última evaluación de seguridad pública. También se vieron obligados a la adaptación de terrenos amplios para la construcción de refugios generales, además de apartar fondos monetarios especiales para el sustento de la misma. Por otro lado, ni las fuerzas armadas, ni los cuerpos de policía pudieron darle pelea al monstruo. En realidad, sus ataques estratégicos sólo sirvieron para que ese ser extraño aumentara su tamaño, volviéndose mucho más espeluznante que en un principio.

La falta de información y el peligro de acercamiento sólo influyeron en la desventaja prominente por la parte humana del combate. Los investigadores y el personal estratégico del departamento de salubridad no consiguieron más que un suicidio grotesco.

La temporada de lluvias también se desató. La presencia del monstruo motivó al clima para volverse más turbulento. Afortunadamente no se habían reportado señales de tormentas fuertes, por lo que los días solamente se basaban en lluvias un tanto agresivas y ligeras.

En el presente, se trataba de un viernes frío. Lo sombrío del cielo lograba una atmósfera lúgubre en las despobladas calles de la ciudad. El silencio era tormentoso, hacía que la esperanza se viera casi decadente. Las ráfagas del viento eran violentas y el chispeado era fastidioso.

¡Tras, tras, tras!... ¡Tras, tras, tras!

Un golpeteo desesperado en la puerta logró perturbar de manera estrepitosa el sosiego existente dentro de la bodega. Un joven pelinegro era el autor de aquel alboroto. Juraba que en cualquier momento se le iba a salir el corazón. Sus piernas temblaban hormigueantes y la desesperación le mermaba el ejercicio de respirar. No podía ni siquiera pensar en poder gritar, principalmente porque detrás suyo se encontraba una centella brillante de tonalidades naranjas, con destellos blancos y unos pocos azules. Aquella cosa se acercaba con demasiada rapidez que incluso ya estaba resignándose a morir ahí mismo.

Poco a poco sentía una presión en su pecho que se iba trasladando hasta su garganta con lentitud, causa de su respiración por la boca. Afortunadamente, fueron tan sólo un par de segundos los que tuvo que esperar demás para que la puerta frente a él se abriera. Ignoró completamente el protocolo de modales básicos y se internó en el lugar como alma que lleva el diablo, espantando de pilón al otro que le abrió. El azabache cerró con seguro y en ese mismo instante, un impacto logró sacudir agresivamente tanto a la barrera de fierro como al pelinegro que ponía toda su fuerza para detenerlo. No obstante, aquella cosa de aspecto mágico pareció rendirse a la primera, así pues, el azabache se fue resbalando hacia el suelo, despaciosamente hasta que terminó arrellanado ahí. Su aspecto era lamentable y su pecho no dejaba de subir y bajar con desespero.

-Hyunjin, ¿estás bien?

El aludido levantó el índice, pidiéndole un minuto, mientras peleaba por poder tragar la saliva que se encontraba acumulada en su boca. Su garganta dolía como si hubiera gritado por cinco horas seguidas, sin haber dado un sorbo de agua -cosa que claramente no ocurrió en ningún momento-. Finalmente pudo tragar y sintió la fortaleza suficiente para hablar.

-Esa jodida cosa me persiguió por cinco cuadras completas... Cinco. putas. cuadras -remarcó.

A pesar del respiro profundo, Hyunjin continuó jadeando. El agotamiento en su rostro era demasiado. Han se apiadó de él y se acercó para ayudarlo a levantarse. Pasó el brazo de Hwang alrededor de su cuello y soportó el cuerpo del alto con su propio brazo, rodeándole la cintura. Pudieron avanzar a pasitos lentos hasta que por fin lograron llegar al salón principal. El alto pudo darse cuenta de que ya estaban ahí los demás chicos, aparentemente esperándolo a él. Estos se espantaron y los ojos casi se les salen cuando los vieron cruzando el lumbral.

NOEASY || STRAY KIDSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora