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Frío.

Ardor.

Podría jurar que cada parte de su cuerpo de tan solo diez años, dolía, cada centímetro de la piel que cubría su espalda, desde la nuca hasta el coxis. Incluso podría haber visto la sangre que corría, de no ser por la lluvia la cuál se llevaba el líquido rojo.

Estaba en el suelo frío y mojado del asfalto, a mitad de la calle desolada, balanceándose con las piernas flexionadas, en posición fetal.

Mantenía los ojos apretados, mientras cada uno de sus huesos temblaba. Estaba expuesto, semidesnudo, no completamente gracias a los pantalones oscuros, rotos y sucios por grasa que poseía.

En su mente rondaban muchas imágenes traumáticas, desde el cinturón persistente de su padre, su juguete favorito, o la plancha caliente de su madre. El último objeto era el más doloroso, ya que esta vez lo había usado su padre en su espalda, como si fuese una mesa de planchar. Sin piedad alguna.

No era la primera vez, pero marcos deseaba que fuera la última. El cuerpo llega a un límite y sus límites de dolor ya se habían sobrepasado.

Lo comprobó cuando estaba titiritando del frío, cuando su pecho subía y bajaba con fuerza, imposible de controlar cada espasmo, todos más fuertes que el anterior. Al las lágrimas saladas correr por sus mejillas, justo cuando pensó que podría morir, y sintió que eso estaría bien para él, porque prefería la muerte.

No podía aguantarlo.

Pero en algún momento su padre lo encontraría como sucedía siempre que escapaba del dolor, y lo llevaría nuevamente ahora con un nuevo castigo, el cual sería mucho peor al anterior por el cuál se escapó, y su madre lo vería todo sin decir palabra, porque no tenía lengua, su padre era el gato.

Entonces se resignó dejándose caer de lado, encogiéndose a la espera de su fin que con suerte llegaría en algunas horas, él no saldría de casa lloviendo tan fuerte, era una ventaja.

Mordió con fuerza el interior de su mejilla al sentir su estómago quemar por el hambre, pero no pasaron ni treinta segundos hasta que una mano tomó su hombro expuesto y se exaltó asustado.

— ¡No papá, no me lleves! ¡Déjame morir! — exclamo apretando sus hombros adoloridos.

Cerró los puños, y creyó que sus dientes se partirían en pedazos por lo fuerte que los apretó. Quería irse, necesitaba descansar, él no podía llevarlo de nuevo.

— Hey, niño — dijo una voz masculina grave, Marcos abrió los ojos de golpe, no era su padre, la lluvia le impedía ver, pero con suerte pudo enfocar la vista.

Era un hombre quizá de unos treinta años, tenía tatuajes por todo el rostro y estaba rapado, era muy pálido, de unos ojos grises opacos. Llevaba un suéter negro con capucha, cada segundo se empapaba más, traía unos jeans ajustados y unas botas de cuero marrones. Marcos notó que tenía un arma, al agacharse, pudo verla relucir sobre su cinturón bajo el suéter.

— ¿Qué te pasó?- no respondió, vio a su lado un vehículo — Vamos — lo tomó del brazo con cuidado y Marcos trató de alejarse, pero no pudo, estaba muy débil, no podía moverse. Ya no.

Lo alzó y Marcos sintió un dolor desgarrador el cuál lo hizo soltar un fuerte quejido, él trató de ser lo más cuidadoso posible pero un simple tacto era como un golpe en la mandíbula. Más que eso, se sentía como si le rompieran los huesos. El hombre con esfuerzo logró sentarlo en el asiento del copiloto y subió seguidamente.

Era una camioneta al parecer costosa, Marcos nunca había subido a ninguna igual, vio el saltar como una opción, pero ya nada le importó, porque en lo único que podía pensar era en el dolor intenso que recorría cada parte de su ser. Realmente quería morir y que ya no doliera, quiso decírselo, que le diese un solo tiro, más sin embargo, su voz ya no salía.

𝙼𝙰𝙻𝙳𝙸𝚃𝙾 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora