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Hace tan pocos días había conocido a Marcos, quien lo primero que hizo fue golpearlo, pero ahora quizá todo estaba cambiando, Marcos se estaba comportando diferente. Agustín le gustaba, y aunque no era sano gustar de alguien como él, Agustín podía decir que también le atraía. También tenía sed de él.

Podía sentirlo justo en ese momento, que él lo veía de reojo con las cejas fruncidas mientras calentaba haciendo lagartijas.

El cuerpo de Marcos sobre el uniforme ajustado se veía realmente impresionante, ¿Cuánto tiempo se ejercitaba? Se podía ver cada línea de su espalda, sus brazos fuertes que se ponían más duros al subir y bajar el movimiento del ejercicio. Agustín pensó que Marcos parecía normal a pesar de que tenía dos minutos haciendo eso, ni siquiera estaba sudando, quizá hacía lo mismo cada día.

Este ultimo también intentaba hacerlas, pero sólo logro tres con dificultad, así que imitaba los demás ejercicios torpemente, él nunca hacía esto, ¿Acaso Marcos no veía que él era un debilucho? Podía invitarlo un café si lo quería cerca, pero no, para él era más fácil tenerlo ahí. Agustín se preguntaba el porqué siempre lo quería cerca, ya compartían asiento. No había necesidad de tenerlo siempre en su radar visual.

—Hazlo bien— murmuró alguien al lado de Agustín, este volteó viendo a un chico castaño. Frunció el ceño reconociéndolo. Él era el chico que le había pedido a Marcos que lo soltara, el día que se conocieron.

—L-Lo siento, no sé hacer esto— dijo en voz baja.

—Estírate bien, podes lesionarte— respondió —Soy Simón— le tendió su mano, Agustín la apretó levemente.

—Agustín— respondió, el asintió y se dio la vuelta sin más.

Agustín se puso derecho tratando de tocar sus pies pero no podía, su espalda dolía junto con sus piernas. Bufó cruzándose de brazos y sentándose en el pasto frustrado.

—¿Qué te pasa idiota?— preguntó Marcos como siempre amablemente, Agustín negó mirando sus zapatos —Ponte de pie, deja de holgazanear.

—No— respondió sin más fastidiado.

—¿Qué dijiste?— gruñó.

—Niño— murmuró alguien —Has lo que dice.

Puso los ojos en blanco poniéndose de pie, no quería problemas con Marcos, pero estaba cansado de estar ahí y eso que apenas llegaba. En ese momento Agustín odiaba al tatuado que lo miraba con el mentón en alto, superior.

—No me gusta el fútbol— dijo mirándolo con miedo.

—Maldición— soltó cerca de Agustín—Todos a dar círculos por quince minutos— dijo a los demás, quienes empezaron a correr de inmediato por la línea blanca del campo. El entrenador iba tras ellos.

—No quiero estar acá— murmuró Agustín cuando ya no podían oírlos.

—Te traje una puta campera con brillos para que te sintieras cómodo en esta mierda y me pagas rindiéndote a los veinte minutos— negó tomando el borde de la campera que Agustín tenía puesta y formando un puño, este giró el rostro tragando saliva.

—A-así que si la compraste— sonrió levemente, Marcos lo soltó enojado.

—Únete a los demás y deja de joder con mariconerias— bufó.

Agustín asintió relamiéndose los labios y se dio la vuelta comenzando un vaivén con sus caderas intencionalmente, a unos cuantos pasos de distancia, volteó, y el castaño ya lo veía.

—Como ordene, señor brillitos— soltó Agustín uniéndose a los demás con una sonrisa leve, casi pudo oír una maldición por parte de Marcos.

Después de una tortura incesante de media hora pudieron descansar y sin pensarlo mucho Agustín se tiró al suelo con el corazón descolocado, le dolían las piernas de tanto correr y las plantas de los pies. Estaba sudando completamente, sentía su garganta seca, quería llorar, deseaba que el fútbol nunca hubiese existido.

𝙼𝙰𝙻𝙳𝙸𝚃𝙾 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora