EPILOGO

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Marcos respiró pesadamente, mirando hacia su ángel, el cuál le veía sonriente. Hace un par de años tenían una mansión para ambos, tenía que admitir que había ganado el dinero por peleas clandestinas, ahora no tenía miedo de morir, sabía que eso jamás pasaría y llegaba con mucha más seguridad a romper huesos al ring, sin matar a nadie, era alabado, mucho más que antes, ganaba dinero en cantidad y Agustin ya no le regañaba por eso, él tampoco tenía miedo de que muriera, porque no era una posibilidad.

Vivian muy lejos de New York, ahora estaban situados en Argentina, su mansión quedaba alejada de la ciudad, Marcos peleaba en una vereda clandestina a dos horas de distancia. Hoy sin embargo, estaban un poco alejados de casa, era un día especial, iban a adoptar a un perrito.

—¿Estás seguro, mi ángel?— preguntó Marcos con voz ronca, demasiado estresado al ver a los perros, él no quería pero sabía que Agustin se sentía un poco solo en casa cuando él no estaba, y tenía una leve depresión por sus padres, a pesar de que este estudiara. Desde hace un año estudiaba arte en línea.

Se había enterado de que su lienzo, el que hizo en el instituto aquella vez, ahora era famoso en la ciudad, más aún con la noticia de su supuesta muerte.

—Tan seguro como que me llevas tatuado en tu cuerpo— respondió, y Marcos miró su brazo derecho, notando el nombre de Agustin en grande, se lo había hecho hace un año, al salir de una pelea para su segundo aniversario.

—¿Cuál pulgoso quieres?— bufó mirando a los animales.

Agustín sonrió, señalando un perrito de raza mestiza, color beige.

El señor que los atendía saco al animal de mediana estatura, dandoselo a Agustin, quien lo abrazó, el perro lamió todo su rostro, Agustin reía feliz, cómo un niño.

—¡Lo amo!— exclamó Agustin, dejo al perro en el suelo y le puso la correa que recién habían comprado —Gracias daddy— dijo a Marcos, abrazándolo por la cintura. Marcos tosió por el olor del perro.

—Ya, vamos— rodeó los ojos.

Apenas se subieron en el coche el perro saltaba en la parte de atrás, Marcos gruñó con cólera, pero Agustin le dió un beso en la mejilla calmandolo.

—Será nuestro hijo— dijo a Marcos.

—Ajá— respondió este sin mirarlo.

—¿O prefieres uno de verdad?— preguntó Agustin.

—¡No!— exclamó el tatuado girando el volante —Pero podemos intentar a ver si quedas embarazado.

—Oh... — Agustin se sonrojó, acariciando la cabeza del animal con sus dedos anillados.

—Te amo— dijo Marcos riendo, casi ignorando que el perro estaba rasguñando los asientos de su nuevo y preciado Bugatti.

—Papi te quiere...— le decía al perro, ignorando el te amo de Marcos, negó ante esto, pero le restó importancia.

Marcos vio un chico pelirrojo de espaldas y recordó aquello. A Ian, ese pelirrojo tenía dinero, y le había mandado a matar dos veces en venganza a la muerte de Alexis, el había sido la causa de la explosión del auto, y también la de los tiros en el baño. Bufó, recordando como dos de sus hombres murieron creyendo que habían sido los de la fiesta, Don Arthur, quién quería matar a Marcos.

Hace mucho había dejado de pensar en eso, ahora vivía feliz con su novio, pero muchas veces, cuando tenía tiempo de pensar recordaba a Cristian, quien le enviaba mensajes siempre, lloraba a veces a solas, pero sabía que estaba bien. Su psicóloga le había dicho que era sano llorar a veces.

Hace un tiempo había cumplido su palabra de ir a un psicólogo, iba con Agustin, quien ya había solucionado su problema con la comida, ahora estaba mucho más sano, y no le dolía su físico, Marcos lo había ayudado a amarse. Y Agustin había ayudado a Marcos a salir de aquella oscuridad en la que estaba.

Marcos ya no sentía ansias de venganza, ni miedo, no sentía manos en su cuerpo ni recordaba a aquel hombre que lo violó, ahora sólo podía ver a Agustin dándole besos en el rostro cuando lloraba, y haciéndole comida rica todos los días.

Ahora estaban bien, y se amaban cada día más, tanto así que sentían que ni toda la eternidad alcanzaría.

—Yo también te amo gruñón— le dijo Agustin sacándolo de sus pensamientos —Te amo tanto que voy a explotar— bromeó, besando su cuello fugazmente y mirándolo con cariño, Marcos también lo hizo, sonrió extensamente apretando su muslo.


Sintiéndose cómo solo Agustin Guardis podía hacerlo sentir.

𝙼𝙰𝙻𝙳𝙸𝚃𝙾 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora