16

510 36 3
                                    

A veces la persona que te rompe, es la misma que ayuda a reconstruir tus pedazos.

Esa es la frase más tóxica que puede existir en el mundo, pero Agustín algo sabía, y es que Marcos y el nunca habían sido sanos. En ningún sentido.

Lo tenía claro mientras lo veía a sus oscuros ojos, esos que causaban escalofríos por su rareza, miedo al verlos fijos en tí. Incluso podrías llegar a pensar, si fueras religioso, que eran los ojos de un demonio real.

No usuales, extraños, sin pupila alguna, como dos botones negros sin vida, pero para Agustin se habían vuelto los más hermosos del mundo entero.

Marcos era la persona más hermosa, aunque a los ojos los demás no lo fuese, las personas le temían y lo habían demostrado con hechos, cómo por ejemplo: la forma en la que lo miran cuando él llega a un lugar, los susurros y cabezas bajas.

¿Pero qué podía hacer Agustin para pensar con claridad y alejarse de él? había entrado en su corazón, y arrasado con todo. Hasta con su cordura.

Lo había vuelto suyo en cuerpo y alma.

No lo quería lejos, a pesar de todo, ya que cuando lo veía al menos un minuto, podía jurar que todo volvía a estar bien consigo mismo, cómo si estar con Marcos se volviese una necesidad. Una insaciable.

Porque cuando no lo tenía reinaba un vacío en el pecho de Agustín, nada lo llenaba, nada que no fuese el tatuado con ojos de demonio.

—Te quiero mucho...— le dijo tomando su rostro entre sus manos, viendo cómo Marcos tensaba sus hombros un momento.

A veces Agustin se preguntaba la razón por la cual él era así, ese rechazo físico que siempre tenía, la forma en la que se protegía por un roce de alguien, como si el tacto ajeno fuese como fuego en su piel. Lo cual era contradictorio, él era boxeador, siempre recibía contacto físico, pero luego de darle vueltas al asunto, lo entendió...

A veces nos acostumbramos a recibir cosas, y algunas veces esas cosas no son buenas, puesto, que cuando recibimos algo diferente, algo bueno, lo esquivamos, ya que no nos sentimos cómodos con algo que no creemos merecer.

¿Cómo podía Marcos no creerse merecedor de algo tan poco como Agustin?

—Tu piel en mis dedos es amor— le dijo, Marcos frunció el ceño.

—¿Amor?

—Si, amor. Te toco con cuidado, lento y pausado porque quiero grabarme cómo se siente...— respondió —Así cuando no estás, y-yo... Yo cierro los ojos y te siento.

Marcos trataba de entrar en la mente de Agustín con su mirada, parecía divagar, confundido, quizá sofocado.

—No mientas...

—¿Dudas de mis sentimientos por tí?

—¿Tocas a alguien más, así?— preguntó cambiando el tema, Agustin suspiro.

—¿Por qué eres tan inseguro?— le pregunto Agustin descaradamente, el estaba en la lista de las personas más inseguras del mundo, y pensó que quizá Marcos podría darle una respuesta a lo que el no podía entender.

Marcos se alejo un momento, Agustin lo soltó sintiendo una corriente en sus manos, luego, él pasó su mano por las clavículas de Agustín, bajando un poco el cuello de su camisa, Agustin trago saliva sintiendo su dedos en su expuesta piel. Su mirada estaba fija en la misma, tratando de ver más, entonces Marcos llevó su mano al borde de la campera de Agustin deshaciéndose de ella, seguido de la camisa. Y ahí estaba Agustin, tratando de cubrirse por miedo a lo que diría, o pensaría, por miedo de su físico.

𝙼𝙰𝙻𝙳𝙸𝚃𝙾 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora