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El sudor perlado bajaba por la espalda de Marcos cubierta de tatuajes en los que se pierden las cicatrices de su pasado, mismas que lo obligan a liberarse todos los días. Viniendo a esa fosa y consumiendo almas.

La función comienza nuevamente, y este es el cuarto hombre que le tocaba mandar al infierno.

Todo se detiene, el desafortunado frente a él sonríe como si acaso marcos lo hiciera, como si se tratara de algo donde pudiese salir con vida. Es ahí donde lanza el primer golpe, justo donde marcos lo esquiva y le clava tres seguidos haciéndolo retroceder. Y entonces, le devuelve la sonrisa, cuando él ya no puede hacerlo.

Marcos ama este juego, se siente como un león, le gusta jugar antes de acabar con sus presas. Es divertido ver cómo llegan destilando dominación, fuerza y ego. Creen que serán coronados como el rey del lugar al vencerlo y se irán llenos de mujeres y dinero.

Siempre le ha gustado ver cómo acaban, cómo se los lleva la muerte y lo último que ven antes de irse al infierno es su rostro.

—Marcos Ginocchio — habló su contrincante poniéndose de pie con dificultad —Hoy te voy a derrotar, le demostraré a todos que no eres invencible... — se rió al oírlo, su voz era agitada por los golpes, sorprendió a Marcos clavando un puño en su abdomen.

Una furia lo recorrió al saber que lo había tomado desprevenido y sin perder ni un solo segundo le devolvió el golpe en el pecho tomando seguidamente su cuello para hacerlo caer con fuerza al piso del ring. Se había atrevido a tocar al dragón, el tatuaje que ningún hombre en su sano juicio rozaba.

Todos ahí sabían que era una forma de morir aún más rápido, seguro el bastardo ya deseaba tocar el infierno. El dragón que tiene Marcos en el pecho significa su fuerza, el hecho de salir victorioso. En los mitos los dragones no son fáciles de matar, pero es fácil matar para ellos, ese tatuaje era su marca, y ningún dedo impuro podría tocarlo sin morir después.

—¿Tan rápido querías terminar con esto, hijo de zorra?— susurró muy cerca de él.

El hombre le lanzaba puños en el pecho pero no podía sentirlos, incluso trataba de patearlo, pero sólo lo miraba fijamente viendo cómo se quedaba sin aire gracias a la fuerza que emitía en su cuello, ya casi no podía moverse. No tenían guantes, estaban en un lugar sin reglas, en lo más oscuro, el lugar que usaba para saciar sus tormentos.

La cueva de los muertos, donde patrocinadores ganaban dinero por hombres que destilaban sangre.

Marcos sentía sus dedos enterrarse en su piel con fuerza, la venda que tenía alrededor de su cuello estaba mojada por el sudor del imbécil, lo miró a los ojos y lágrimas comenzaban a brotar de sus orbes azules, su piel cada vez estaba más morada, le quedaban pocos segundos de vida. Y Marcos lo estaba disfrutando, para llegar al momento donde entraba en un trance, cuando morían.

Casi podía oírlo. La voz del que forjó su muralla, quien lo destrozó.

—No soy invencible— susurró arrastrando las palabras al hombre que no podía ver ahora, sólo veía las imágenes torturándolo, las del pasado que lo hacían recordar el por qué estaba tan jodido.

«Sal de ahí niño, ven a complacerme» Marcos apretó aún más el cuello, la voz del hombre que lo engendró, martillando sus sesos.

Pudo revivir cada recuerdo sus manos tomándolo de los hombros y obligándolo a sentar encima de él, desnudo, corrompiendo su cuerpo y destrozando su interior con morbosidad. Podía oír sus asquerosos jadeos y ese vaho que salía de su putrefacta boca, arrastrando las palabras que le decían que hacer. Y sino lo hacía y escapaba, él iba por Marcos de nuevo y lo castigaba, quemando su cuerpo, rasgándolo, incluso apuñalándolo para que su madre después lo curase mientras pedía perdón. Pero el nunca la perdono.

𝙼𝙰𝙻𝙳𝙸𝚃𝙾 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora