𝐗𝐈𝐈.

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FOR HIM

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Aemond no podía quedarse inactivo mientras decidía su siguiente paso. Lo único que pudo hacer fue enfrentarse a su madre antes de tomar su próximo movimiento. Le importó poco que Sir Criston le impidiera entrar, ya que lo hizo por la fuerza.

Alicent estaba tan mal y desequilibrada que olvidó los resentimientos hacia su hijo y echó a Sir Criston fuera. Abrazó a Aemond, pero él no correspondió.

—Quiero ser directo, madre —dijo Aemond, soltándose gradualmente del abrazo de su madre.— No he venido aquí para reconciliarme contigo, porque sé que lo que te voy a preguntar probablemente nos aleje aún más.

Alicent soltó a su hijo poco a poco, con la duda carcomiéndole hasta el alma, aunque sabía perfectamente de qué trataría su conversación.

—Dime —lo animó a continuar mientras sujetaba sus propias manos y se frotaba los dedos hasta hacerse daño en la piel que rodeaba sus uñas, el mismo signo de ansiedad que había llevado desde joven cuando las cosas iban mal.

—¿Tú le hiciste eso a Lucerys?

El rostro de la reina viuda palideció y le dio la espalda a su hijo, intentando mantener la compostura, pero fue en vano.

—No tienes que preocuparte por ese bastardo, Aemond, se supone que entre ustedes ya no hay absolutamente nada, que todo fue un error y por ello los Siete pueden perdonarte. —respondió Alicent, tratando de desviar el tema.

—No me interesan los Siete y su perdón —replicó Aemond.

—¿Cómo puedes decir eso? —Alicent se volvió a enfrentar a su hijo, completamente absorta en su dolor, incapaz de creer que su hijo se estaba distanciando de la fe que ella le había inculcado.

—¿Entonces si fuiste tú la que mandó a asesinar a Luke? ¿Eres una asesina, madre? —insistió Aemond, mostrando una frialdad que solo había dirigido hacia todos menos hacia ella. Incluso Luke había sido víctima de las palabras crueles de Aemond y de su tono frío, pero ahora él era el que menos lo merecía.

Alicent vaciló. Su expresión era un vivo retrato de ironía y miedo, sus temores se manifestaban en cada poro de su piel.

—Larys entendió mal mis palabras. . . —susurró, admitiendo a su hijo el pecado que la había atormentado durante semanas.— Liberó a dos ladrones y los envió a. . . deshacerse del bastardo de Rhaenyra. Fue un error, me malinterpretó. Yo no quería que eso le sucediera, es solo un niño. . .

Alicent susurró en voz baja todo el tiempo, y Aemond entendió perfectamente sus palabras. El peso del pecado que había confesado parecía aplastarla, y su rostro reflejaba la mezcla de remordimiento y temor. Su madre no creía que Aemond actuara en su contra debido a su error, y estaba en lo correcto. A pesar de todo, la tensión en el aire era palpable, cargada de secretos y consecuencias inminentes.

La ira que inundó a Aemond se mantuvo contenida en su interior, pero las llamas ardían con intensidad. Cada palabra de Alicent resonaba en su mente, y el peso de la traición y el sufrimiento de Lucerys se anidaban en su corazón. Sin embargo, sabía que no podía permitirse desatar su furia en ese momento. Guardó silencio, manteniendo un semblante imperturbable mientras luchaba contra la tormenta de emociones que lo consumía.

Horas después, una noticia sacudió la Fortaleza Roja, extendiendo sus garras en medio de la oscuridad. Larys Strong, el hombre responsable de la casi muerte de Lucerys, fue encontrado sin vida en su habitación. El misterio envolvía su muerte, ya que nadie había visto al culpable y no se registraba ningún ingreso o salida de su aposento. El terror se apoderó de todos, pues las paredes parecían retener el aliento, susurrando acusaciones silenciosas.

𝐃𝐈𝐑𝐓𝐘 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 ― lucemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora