𝐗𝐕𝐈.

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DANCE OF THE DRAGONS

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Aemond estaba en un estado de completa ebullición emocional. Su furia y celos lo consumían por completo, y el deseo ardiente de reclamar a Lucerys se apoderaba de él sin ninguna restricción.

¿Cómo se atrevía Cregan Stark a insinuar que podría arrebatarle a Lucerys? La idea misma era intolerable para Aemond, y la mención de ello solo exacerbaba su ira y su necesidad de marcar territorio.

Sin embargo, a medida que la pasión y el enojo los consumían a ambos, se encontraron acorralados contra un majestuoso árbol en medio del jardín. Bajo la luz pálida de la luna, los dos príncipes se fundieron en un beso cargado de deseo y fuego, sin importar las consecuencias que pudiera traer consigo.

En ese momento, el mundo a su alrededor desapareció y solo quedaron ellos, entregados a la pasión y el deseo desenfrenado. La pasión y la lujuria los consumían, y tanto Aemond como Lucerys se dejaron llevar por el torbellino de emociones encontradas. Porque ya no podían más.

Aemond sujetaba a Lucerys con firmeza, presionando su cuerpo contra el suyo de manera casi posesiva. Su deseo era palpable en cada roce y su mirada exigía una respuesta. Lucerys, incapaz de resistirse a esa intensidad abrumadora, entreabrió los labios en un suspiro entrecortado, permitiendo la entrada de la lengua de Aemond. El beso se convirtió en un torbellino de pasión desenfrenada, donde las lenguas se entrelazaron en una danza sin control.

Se sentían tan abrumados, sintiendo como el deseo arremetía contra ambos.

Aemond, impulsado por una pasión desenfrenada, se aventuró a deslizar una de sus piernas entre las de Lucerys, elevándola suavemente para presionar la entrepierna del castaño. Un suave gemido escapó de los labios del menor, resonando en el aire cargado de lujuria.

Ese sonido fue un punto de quiebre para Aemond, se puso tan duro y excitado que cuando escucharon los pasos de los caballeros que realizaban su ronda nocturna, con el tintineo de sus armaduras avisando que se aproximaban, sintió una gran frustración. Aemond gruñó y ambos tuvieron que separarse, con la boca entreabierta y los ojos ardiendo de deseo.

Su pecho subía y bajaba, su pulso estaba tan acelerado, su piel ardía, quemaba, buscaba ser liberada de la molestosa ropa, deseaba sentir a Luke, sentir su suave y tersa piel bajo los dedos.

Aemond anhelaba más, y Lucerys parecía dispuesto a dárselo porque sus iris avellana decían todo. Tomándolo de la mano, el peliplata ingeniosamente los condujo hacia su habitación. La mera idea de regresar a los aposentos de Lucerys despertaba inquietud en Aemond, ya que solían irrumpir en ellos sin restricciones. Por lo tanto, se dirigieron a la propia habitación de Aemond, mientras Lucerys se dejaba llevar sin oponer resistencia, ajeno a las consecuencias que les esperaban una vez llegaran a su destino. Aunque su cuerpo anhelaba lo que estaba por venir.

Lucerys se encontraba jadeante, su respiración entrecortada revelaba la excitación y la adrenalina que corrían por sus venas. A medida que Aemond cerraba la puerta tras de sí, la tensión de la habitación lo envolvió. La figura imponente de Aemond avanzaba hacia Lucerys con pasos lentos y determinados, mientras el castaño retrocedía involuntariamente hasta que sus piernas chocaron contra la cama.

El aire estaba cargado de anticipación y el silencio se hacía eco en la habitación. Lucerys no pudo contenerse y finalmente rompió el silencio, reclamando una respuesta clara.

𝐃𝐈𝐑𝐓𝐘 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 ― lucemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora