I.

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La negrura llega a él como un golpe en el estómago que le roba el aire, que lo aprisiona, que hace que todo se vuelva borroso. Lo último que escucha son los gritos lejanos de las personas que a su alrededor, gritan su nombre y piden ayuda.

Sus ojos se cierran porque no es capaz de soportar toda esa luz, algo en él lo sabe. No la luz de los candelabros de cristal bajo los cuales se encontraba sonriendo hace apenas dos minutos atrás sino la luz de la sonrisa del chico que el prometido de su hermano mayor trajo a casa aquella noche.

Había demasiada luz en esa sonrisa y el último pensamiento coherente que tuvo antes de desvanecerse fue que la oscuridad es su hogar, algo en él lo ha sabido desde siempre. La oscuridad es su hogar y su última guarida y aquella luz que de repente lo inundó todo era demasiado intensa y cegadora.

Lo más curioso es que ahora la oscuridad que lo rodea le da paso a otras imágenes que poco tienen que ver con él: se mira a sí mismo a lomos de un caballo negro que cabalga al frente de cien mil soldados que van dejando a su paso un rastro de sangre y muerte que será incalculable.

Sus ojos están llenos de odio y de una tristeza profunda que hace doler su corazón. Él no sabe de dónde viene esa tristeza. Jamás ha sentido una tristeza igual pero sabe que el hombre cuyos ojos son los suyos sufre porque alguien arrancó una parte de él, algo que se siente como un trozo de su alma. Algo por lo cual valía la pena asolar tierras y poblaciones enteras para lograr el objetivo de recuperarlo.

Pero nada tiene sentido, él no sabe quién es esa persona. Él no sabe qué demonios ha sucedido ni por qué ha hecho el ridículo delante de su familia quienes estaban festejando un evento feliz. El compromiso de Kinn con su novio misterioso que por fin tiene un rostro, es en realidad una buena noticia para todos y ahora él la ha arruinado haciendo una escena como aquella en frente de sus hermanos, el prometido de Kinn y su familia.

Es extraño pero es ese sentimiento de ridículo lo que hace que vuelva a recuperar la conciencia, al menos en lo que se refiere a los sonidos del mundo, estos han vuelto a él. A su alrededor, todos los ahí reunidos siguen cuchicheando y escucha la voz de Tankhun, su hermano mayor, pidiendo que alguien llame a su esposo porque su esposo es médico y él sabrá qué hacer definitivamente.

Al escuchar la voz de su hermano, Kim, que ese es su nombre, intenta decir algo pero sigue sintiéndose débil y no ayuda en nada ser consciente de pronto de que de hecho, su cuerpo no ha tocado el suelo porque un par de brazos delgados y cálidos están rodeándolo y entonces su corazón empieza a latir de forma alocada, como si quisiera huir de ahí, como si estuviera aterrado, emocionado o experimentando miles de emociones para las cuales no hay un nombre.

Kim no se atreve a abrir los ojos. Sabe que no podrá ser capaz de mirar ese rostro. El chico que lo sostiene es más joven que él y según los rumores, cien veces mejor que él cuando se trata de tocar el piano y Kim está de acuerdo, ya lo ha escuchado pero no había podido mirarlo sino hasta esa noche.

Como presidente de la fundación filantrópica de la familia Theerapanyakul, Kim está encargado del gran concierto anual donde él y uno de los alumnos más prometedores del Conservatorio creará con él un dueto mágico por el que los benefactores de la fundación pagarán muy bien. Y Khun le había hablado de ese chico, de la joven estrella del conservatorio, de ese joven talentoso que sería también parte de la familia al parecer.

—¿Sigue respirando, Porchay?— pregunta alguien y Kim reconoce la voz del prometido de Kinn, su otro hermano.

—Sí, Hia, pero no parece capaz de reaccionar— dice una voz dulce que hace que el cuerpo de Kim sienta una descarga eléctrica que no tiene lógica pero, vamos, nada parece lógico esa noche.

SamsaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora