XVII

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La oscuridad viene de pronto, no podría decir cuándo es que lo ha rodeado por completo, pero es tan terrible que amenaza con detener su corazón. Sus ojos se abren de forma lenta, no pueden enfocarse en nada. A su alrededor todo es negrura y parece que no existe una luz lo suficientemente brillante para sacarlo de ese lugar.

Kim no sabe dónde está, pero su corazón late con vehemencia, parece incapaz de calmarse. Hay terror oprimiendo su pecho, ese terror lo asfixia, lo hace sentir pequeño y asustado. Quisiera gritar, quisiera echar a correr, pero no puede moverse, no sabe qué es lo que está manteniéndolo paralizado de ese modo.

En medio de la negrura, Kim comienza a distinguir una figura borrosa que se acerca a él. Es una figura alta, no tiene rostro, pero Kim puede notar que está riendo. Es una risa fría, la risa de una persona o de una criatura que no tiene nada que perder. Es una risa que hiela la sangre y se roba el oxigeno de sus pulmones. Es una risa que lo hace sentir enfermo porque sabe que la ha escuchado antes, muchas veces, esa risa es como un trueno que anuncia que pronto la tormenta romperá sobre él.

Kim comienza a temblar, no quisiera hacerlo, pero es lo único que puede hacer. Quisiera ser valiente, quisiera ser fuerte, pero en el fondo de su corazón Kim sabe que no puede serlo. Porque la figura sin rostro se acerca a él y ha puesto una mano sobre su rostro y Kim siente frío, el miedo amenaza con romperlo, no es posible sentir tanto miedo y, sin embargo, con cada segundo que pasa el frío se hace más agudo, más pesado.

¿Quieres ver que pasará? — pregunta la figura sin rostro y Kim sabe que ha escuchado esa voz antes también— ¿Quieres volver a repetir el mismo final de siempre?

Kim no puede hablar. Quisiera gritar, quisiera moverse, pero no puede hacer nada. La figura está sujetándolo y hace que a su alrededor estalle por fin la luz o al menos eso cree Kim quien de pronto mira una imagen frente a él, una imagen que le roba los últimos vestigios de valor que le quedaban: sobre el suelo de una bodega abandonada está el cuerpo de Porchay. Hay sangre por todos lados y Kim quisiera apartar sus ojos de la escena, pero no puede. Él sabe que no puede haber vida en cuerpo que ha perdido tanta sangre. Él sabe que todo ha vuelto al mismo punto sin retorno de siempre.

El grito que escapa de su garganta es el de un animal herido, es el mismo grito de siempre.

La sensación de haber perdido su única ancla al mundo es la misma de siempre.

La rabia que lo invade, las ganas de destruir todo lo que le rodea, es igual de poderosa y oscura que siempre.

Lo ha perdido, lo ha perdido una vez más.

Un nuevo grito escapa de él, pero esta vez, la imagen de la bodega se desvanece y a su alrededor la luz del día lo inunda todo. Kim se siente ajeno al mundo, pero un par de manos acariciando su frente le hacen saber que acaba de volver de una pesadilla. Kim puede escuchar la voz de Porchay a su alrededor, su amado le pide que abra los ojos y cuando por fin lo hace, Kim se da cuenta que tiembla y que hay lágrimas mojando sus mejillas.

—Kim, todo está bien, Kim— dice Porchay y Kim odia ver la preocupación en sus ojos.

—Chay...—dice Kim en un susurro que sale de su boca lleno de temblor, es como si sus labios se negaran a formar palabras congruentes.

—Fue un mal sueño, fue solo un mal sueño otra vez— dice Chay sin soltarlo—. Estoy bien, Kim, todo está bien.

Otra vez.

Las palabras se clavan en el corazón de Kim como si fueran mil agujas haciéndole daño. Otra vez, es cierto. Desde que él y Chay volvieron a Bangkok después de aquella mágica semana de vacaciones lejos del mundo entero, Kim no ha dejado de tener el mismo sueño. Durante esa semana ha visto a Chay morir al menos de diez formas distintas y Kim no cree poder seguir soportándolo. Es horrible, esos sueños drenan su energía, esos sueños lo hacen sentir enfermo. Otra vez. Chay tiene razón, tal parece que haga lo que haga no podrá escapar de la miseria en la vida real ni en la onírica.

SamsaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora