XVI

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Un gesto asombrado aparece en el rostro de Chay cuando los ojos del muchacho se quedan fijos en el paisaje color esmeralda que se extiende más allá de donde sus ojos pueden ver. Ante ellos se extiende un bosque espeso que hace pensar en cuentos de hadas y lugares mágicos donde puede vivirse la más hermosa historia de amor.

Kim mira a su amado, él no siente que la vista sea deslumbrante, al menos no por sí misma ya que si alguien le preguntase, él diría que el encanto de todo tiene que ver con Porchay, no con el paisaje.

Una sonrisa serena adorna su rostro. Chay y él tuvieron que tomar un vuelo y un largo viaje en auto para llegar a ese sitio que solía ser la casa de campo de la familia Theerapanyakul. Kim no recuerda demasiado, pero sus hermanos suelen contarle que los tres solían corretear por el bosque entero con sus padres mientras estos se unían a sus juegos. En aquella casa enorme que parece ser un sitio nacido por accidente en medio de tanta belleza natural, Kim fue feliz. Su familia estuvo ahí, Kim nunca enfermó en ninguna de las vacaciones que la familia pasó en aquel lugar.

Sin embargo, ahora que lo piensa, Kim recuerda que desde que sus padres murieran, ninguno de los tres había vuelto a la guarida que es así como su madre llamaba a aquella casa. Quizá ninguno de los tres había encontrado el tiempo para volver o quizá, simplemente dolía demasiado pensar en estar en un sitio que guardaba el eco de una felicidad que no volvería jamás.

—Es un lugar hermoso— dice Chay de forma sincera— ¿Habías venido antes?

—Khun dice que en las vacaciones de verano solíamos venir aquí, siempre ha sido un lugar fresco— dice Kim con calma—. A papá le gustaba este sitio, decía que era como poder estar alejados del mundo, aunque fuera por un rato.

—Es un buen sitio para olvidarse de todo, ¿no es así? — pregunta Porchay y Kim tiembla un poco al sentir que el otro chico se acerca a él despacio y rodea su cintura con sus brazos.

Porchay es más alto que él y hay algo romántico en esa diferencia. Cuando Porchay pone sus brazos alrededor de su cuerpo Kim se siente protegido, se siente seguro. Estar al amparo de los brazos de Chay es como saber que siempre tendrá un refugio para sí mismo y Kim quisiera poder decirle ahora mismo a su madre que una guarida puede ser también el cuerpo de alguien más. El refugio de Kim son esos brazos que jamás se alejarán de él, ya no más.

—Eso es lo que venimos a hacer aquí, ángel— dice Kim sonriéndole con dulzura.

—Estoy feliz— dice Chay con emoción—. Me moría de ganas por estar contigo sin pensar en todas las cosas que no habíamos hecho, no sabía que como hermanos de los novios también tendríamos que estresarnos tanto.

—Así son las bodas enormes, supongo— dice Kim y su cuerpo se estremece cuando nota que las manos de Chay comienzan a dibujar caricias sobre la piel de sus caderas—. Cuando me cace contigo voy a contratar a diez organizadores de bodas, no quiero trabajar. Lo dejaremos todo en las manos de los expertos.

—Estoy de acuerdo— dice Chay mirándolo a los ojos—. Nosotros podemos ocuparnos de otras cosas.

Los dos rompen a reír de forma nerviosa, se sienten dueños del mundo entero y en ese instante lo son. Kim descubre que es sencillo abandonar el miedo cuando sus labios colisionan con los de Chay y los dos caen sobre el sillón más cercano y efectivamente, comienzan a olvidarse del mundo entero en los brazos del otro. Al amparo de esa habitación no hay más mundo que el que el otro guarda en la palma de sus manos. En medio de ese pedacito de mundo que la cercanía de sus cuerpos está creando el tiempo se detiene y todo lo que queda es el calor de sus pieles, la suavidad de sus labios ansiosos y la prisa de sus manos inexpertas que, sin embargo, intuyen qué lugares hay que rozar primero con miedo, luego con certeza para hacer que el otro suspire y sus labios canten música, la música más antigua desde la creación del mundo, la música del cuerpo humano creando amor a fuerza de besos y caricias.

SamsaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora