Samsara

XVIII.

Es una noche hermosa sin duda alguna y Kim no podría sentirse más feliz. El auditorio luce precioso ya que el lugar está decorado con miles de velas que le dan un aire místico al recinto y es que así, en medio de todas aquellas llamas, él y Chay compartirán su canción de amor musical con el mundo.

Kim suspira sintiendo que esa noche nada puede salir mal, es decir, desde que salió con Porchay de su departamento no se ha sentido mareado y se siente especialmente fuerte. Kim eleva una pequeña oración al cielo puesto que la comida que ingirió parece haberle hecho bien. Todo estará bien y el concierto de ese año parece una oda al amor que late en su pecho al ver a Porchay quien espera para compartir su talento con el mundo sentado al piano.

El maestro de ceremonias lo ha llamado al escenario desde hace rato, ahora mismo sigue leyendo la larga lista de logros que Porchay ha conseguido como estudiante: sus triunfos en concursos nacionales, su presentación inolvidable en un escenario inglés del que nadie en el país ha dejado de hablar. Kim sabe todo eso, Porchay le ha contado cada detalle, pero el hombre no puede evitar sentirse orgulloso nuevamente porque su ángel es un artista en toda la extensión de la palabra y puede verlo cumpliendo cualquiera de sus sueños. Kim sabe que es afortunado porque ama a alguien extraordinario, pero algo le dice, algo que palpita en su corazón en ese mismo instante, que él hubiera amado a Porchay sin dudarlo sin importar que no tuviera ninguno de esos logros.

Una sonrisa dulce se dibuja en su rostro mientras el mágico piano de Chay llena la sala. Las suaves notas de otra de las canciones originales de su amado parecen estar sumergiendo a todos los presentes en una bruma feliz que parece hacer que el mundo entero se desvanezca. En aquel auditorio, no parece haber más nada que la figura de Porchay frente al piano y las llamas de las velas parecen danzar al compás de aquella música que parece colarse en cualquier alma.

Kim cierra los ojos, es preciso hacerlo, es lo que las personas suelen hacer cuando un sonido de especial belleza llega a tus oídos. El piano de Porchay es poderoso, es capaz de enamorar a cualquiera. Kim sonríe con ese pensamiento y ni siquiera se siente celoso. En ese instante, Kim quiere que todo el mundo sienta amor al escuchar a Porchay, que cualquier mortal se rinda de adoración ante su amado.

Porchay merece solo eso, amor y admiración a manos llenas porque es el hombre más hermoso y talentoso del planeta entero y nadie en esa sala lo ama más que Kimhan Theerapanyakul, pero nunca está de más el amor del mundo entero porque Kim sabe que si el mundo entero pudiera oírlo, el mundo entero lo amaría también.

La canción en solitario de Porchay termina ahora y Kim abre los ojos para ver a su amado haciendo una reverencia a su publico el cual lo ovaciona de pie de forma ruidosa, algo poco propio para un recital de piano, pero bueno, aquel concierto siempre es una festividad en la que los rígidos cánones de conducta pueden olvidarse un poco.

Cuando el aplauso se termina, el maestro de ceremonias dice que ahora Porchay y el señor Kimhan Theerapanyakul en persona presentarán la tradicional composición a dúo que es el número más importante del concierto y Kim sonríe sintiendo que aquella noche debió haber sido dedicada a Porchay en su totalidad, pero no puede ocultar su felicidad al pensar que ahora mismo los dos compartirán con todas esas personas que los miran una melodía que por tanto tiempo permaneció en sus corazones como un secreto.

Kim se acerca a Porchay y lo toma en sus brazos con fuerza como si con ese abrazo quisiera decirle todo eso que estuvo pensando mientras lo escuchaba tocar y Chay parece entenderlo y ríe de forma suave entre sus brazos y ese momento es perfecto. Cuando se separa de él, Kim está sonriendo tanto que la luz de las velas apenas puede competir con la luz de sus labios.