Chifuyu había caído en una depresión y ya una vez se había intentado suicidar luego de que su esposo le confesara que nunca lo amó.
Baji es un psicólogo y Chifuyu termina yendo a su consultorio.
Baji no se puede enamorar de Chifuyu.
Chifuyu no se pu...
El pelinegro ya había puesto un futón en el piso, cuando el rubio lo miró.
—¿Qué se supone que haces, tonto?
—Pues... ¿No lo ves? Pongo un futón.
—No dormirás ahí, sube a la cama.
—Por Dios, no dormiré en tu cama, puede que te sientas incómodo y...
El rubio dio un suspiro.
—Esta bien, no me sentiré incómodo, gracias por preocuparte, ahora, sube a la cama.
—Pero...—El rubio lo miró con enojo.—Bueno...—Subió a la cama en silencio.
El rubio se dirigió al armario y sacó una pijama, lentamente quitó la camisa que llevaba puesta.
El pelinegro no podía quitarle los ojos de encima, miraba cómo cuidadosamente deslizaba su camisa y se iba notando su piel, cuando se la quitó por completo pudo ver que el rubio tenía una cintura muy pequeña, tanto que podría rodearla con uno de sus brazos.
—¿Podrías dejar de mirarme, Baji-san? Siento tus ojos clavados en mi aunque esté de espaldas.
—Oh si, perdón, perdón...—Se dio la vuelta.
Luego de unos minutos, el rubio ya estaba listo.
Subió a la cama y se arropó.
Mientras el pelinegro miraba su celular, el rubio se quedó completamente dormido.
El pelinegro lo vio, era muy tierno mientras dormía, así que decidió tomarle una foto.
Y así fue como esa foto se convirtió en su nuevo fondo de pantalla.
Antes de dormirse, acarició el cabello del rubio.
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Takemichi se levantó más temprano de lo normal, pues hoy le tocaba preparar el desayuno a él.
Fue a la cocina y comenzó a hacer el desayuno, cuando lo terminó, tenía que despertar a todos.
Fue a la habitación de la rubia.
—El desayuno está listo.—Dijo y se retiró.
La rubia salió de su habitación, no sin antes observar a Takemichi, quien estaba viendo la manija de la puerta de la habitación de Chifuyu, pensando en si abrirla o no.
Se acercó a él.
—No lo pienses mucho.—Dijo detrás del rubio, lo que provocó que este brincara del susto.—Lo siento, no quise asustarte.
