I
EL PLAN
Caminaban lentamente hacia el Laberinto. Iban desnudos a través del Jardín, como la tradición exigía.
El rey Neferkere estaba cansado y respiraba con dificultad, arropado por el cuerpo de su siempre fiel Príncipe, que, sujetándolo del brazo derecho, le protegía de la humedad nocturna. Le había llegado la hora. Todo se había acabado; sus piernas empezaban a ser transparentes y perdían toda forma visible. Era el principio de una agonía que iría desarrollándose rápidamente hasta que su cuerpo desapareciera por completo. Tenía poco tiempo, pero aún así, se sentaron en el Jardín, en uno de los muchos asientos que, dispersos en tan apacible vergel, estaban esculpidos con arenisca, granito y piedras azules de dolerita jaspeada que servían para conservar al máximo la energía espiritual de aquellos que, como el rey ahora, iban a cruzar el Laberinto. Había calculado sus últimas palabras como si de un discurso se tratase, y sin embargo, bajo la única luz de una luna llena, el lugar acallaba su voz con un manto siniestro y gélido -¿O tal vez sintiera frío por la presencia cercana de su marcha?-. Fuera lo que fuese, se sentía abatido como para poder decir nada, y centraba su pensamiento únicamente en cómo sería su vida en la siguiente Esfera. ¿Sería Rey o simplemente un Vasallo? ¡Ser Rey le había gustado!
El Príncipe esperaba pacientemente a que su señor comenzara a hablar, pues era el respeto que se merecía. Todos lo reyes, uno tras otro, habían cumplido con la última palabra, que era el legado del Gobierno entrante. Era una política continuista y conservadora que buscaba el bienestar de todos los súbditos del reino. Frente a ellos, mientras esperaba las palabras que guiarían su reinado, se encontraba la puerta del Laberinto, formada por dos grandes arcos recubiertos, a pesar de que no se apreciase en la oscuridad, por algas de color rojo que ocultaban la visión de su interior.
Atravesar el Laberinto significaba la purificación del espíritu, y esa era la única ley axiomática que se cumplía sin remisión, sencillamente, porque si una vez afectado por la desintegración gradual del aura no se entraba en el Laberinto, se acababa la propia existencia, que sólo podía continuar en la siguiente Esfera. La idea central de por qué ocurría esto estaba en el descubrimiento ancestral que atribuía al Universo una forma constituida por materia y espíritu, aunque su verdadero significado no se comprendió hasta que Apofis, aquel monstruo en forma de serpiente que representaba el caos primordial, varios milenios después del Diluvio, lo hizo llegar al hombre: "El espíritu es la vida, la materia la muerte; el espíritu es la conciencia, el mundo inerte, la materia. El espíritu es la forma del mundo creado por los Dioses, mientras que la materia es el caos del que sale y vuelve la vida, el curso de un ciclo que se cumple perpetuamente".
El Rey observaba al pensativo Príncipe sobre el que había depositado todas sus esperanzas de continuidad, sin duda, el legado más ansiado para cualquier Rey que entraba en el Laberinto. Desde que apareció, sentía un gran desconsuelo dentro de sí mismo, puesto que, el Príncipe, parecía mantener ciertos recuerdos de, al menos, otra Esfera anterior, lo que le llevaría a Rey cuando él se marchara. Eso le preocupaba. El recuerdo mata, sobre todo, si está relacionado con el poder y la muerte. Él mismo llegó a Rey porque era el único que soñaba en la Esfera; cada Rey había conservado, no sé conoce la razón, una cualidad humana que los demás súbditos no poseían. Le vino el recuerdo entonces del Rey Sah, que sabía hacer unos garabatos que conservaban el lenguaje, y cómo con ellas escribió las Leyes de la Esfera, aunque, desde que se marchó, éstas se han transmitido de forma oral, pues nadie ha sabido interpretar los garabatos del Rey Sah. Ya no lograba acordarse de los nombres de más Reyes, tal vez porque en la Esfera, en ésta era así, el recuerdo es muy limitado.
Al mirar al futuro Rey apreciaba en su rostro un halo de rebelión, pero también sabía que jamás lo descubriría, ni si sería benigno para el reino.

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K.I.B.U.
HumorEl rey Neferkere antes de morir cede el legado para gobernar el reino a su sucesor. Pero El príncipe heredero parece tener otros planes para su reinado.