LA TORRE

0 0 0
                                    

No hubo respuesta. El silencio se había apoderado de todo bajo las miradas de las estatuas, que observaban desde las alturas. Cuando hay más de una persona, el silencio se hace, al cabo de milésimas de segundos, en algo realmente insostenible. Tomé la iniciativa de una forma natural, aunque no fuera compatible con mi personalidad.

-¿Por qué te escondes entre las azules sombras muertas de este lugar y no te dejas ver? ¿Acaso es porque tienes el rostro tan horrible como el fantasma de la Ópera?

Y dio resultado.

-No seas tan vanidoso. La razón por la que me oculto se debe a la desconfianza que corren en estos tiempos. Los manipuladores de cerebros trabajan sin descanso para encontrarte. Están en todas partes. Sus recursos, que proceden de las arcas del Estado, son interminables.

-¡Sólo dices sandeces!

-Y tú vives de ensueños y de los sofismas y mentiras que los charlatanes predican sobre los hechos inciertos del Universo.

-Puesto que no puedo verte, dime al menos dónde está Calisto -una promesa, aunque sea a una ida, es una promesa-.

-Con -s- no conozco a ninguno, aunque sí con -x-, ¿Te sirve? -no dejaba de usar el sarcasmo, como si tuviera la intención de matarme lentamente después de hablar-.

-Es con -s-.

-¿Por qué lo preguntas?

-Por Melibea -le dije-.


-¡Melibea está muerta! Yo mismo la tuve en mis brazos mientras se desangraba. ¿Por qué remueves la peste y el infortunio?

-¡Yo mismo hablé con ella! -alcé la voz para provocarlo a responder-.

-¡Dios mío! Hablaste con esa loca que ni siquiera respeta los nombres de los muertos universales. ¡Ella no es Melibea! -su voz se escuchaba furiosa-. ¡Melibea está muerta! ¿Me oyes? ¡MUERTA!

-Entonces, ¿quién es ella?

-¡Es la puta del Rey Neferkele! Aquí también existen -se echó a reír de forma escandalosa-. ¿Y tú vas a salvar a la República? El Rey la desterró a vagar por el jardín hasta que llegara la hora de ir a la Segunda Esfera, y, créeme, es mucho tiempo vagando. Cuando se enamoró de aquél otro Calixto, que terminó descuartizado y colgado de una cesta rociada con K.I.B.U., el rey la repudió para siempre.

-¿Quién mató a Calixto?

-¡Vaya tú a saber! Algún bárbaro, supongo, aunque algunos dicen que fue el propio rey, celoso de perder una posesión real.

-¡Ah! ¡Y yo no voy a salvar a nadie, joder! - Estaba harto de esas tonterías que me venían persiguiendo-.

-De eso estoy seguro.


Sonó el rechineo de una navaja de nueve muelles al abrirse. De La Oscuridad apareció Pleberio. Era más grande de lo que recuerdo de mi lectura de La Celestina. Era como un gran oso pardo, pues llevaba un abrigo del mismo pelaje, aunque un poco raído por el tiempo, sin duda. De su rostro barbudo solamente podían distinguirse los gusanos que le salían por las cuencas oculares, ya que todo lo demás era una calavera con algún que otro pellejo colgando y algo de carne pegado a ella, pero aún así, podía apreciarse su belleza humana.

Pude esquivar el primer golpe y corrí hacia unas escaleras que había detrás de mí. No la había visto antes, pero me precipité hacia arriba en mi intento de huir. Mientras corría intenté dialogar.

-¿Por qué quieres matarme? Retiro las palabras que te hayan ofendido.

-¡Eres imbécil! Todo tiene un precio, niñato, hasta la muerte.

-¡Tengo el antídoto! -era mi única respuesta razonable-.

-Trabajo por dinero, no por brebajes de alcahuetas.

Seguí corriendo hasta llegar a lo alto de una Torre. No podía ser de otro modo. Supe que uno de los dos tenía que caer por ella. Apareció tras mis pasos aquella cosa otrora Pleberio. ¿Vería bien? -me pregunté-. Se acercaba lentamente, con una sonrisa cadavérica impecable que llenaba su rostro. Finalmente, me di cuenta que yo sería quien caería desde lo alto de la Torre.

Pero algo sale del corazón de Pleberio. Es una espada francesa que le ha atravesado. Comenzó a desintegrarse. Otra vez K.I.B.U.

-¿Quién te ha pagado?

Como respuesta obtuve la carcajada de alguien oculto tras la mole de Pleberio. No podía distinguirlo en la espesura azul.

Entonces, las ruinas empezaron a girar en forma de tornado y me va absorbiendo junto a las cosas. Miro mientras doy vueltas para ver quien me ha salvado del oso humano y al mismo tiempo se ha reído de mí, pero no puedo ver nada más que el abismo antes de perder la conciencia.

Al despertarme me hallo nuevamente al otro lado del espejo. Sin pensarlo intento que mis manos penetren otra vez, pero ahora se muestra infranqueable. Tengo tantas que preguntas que hacer, y sin embargo, ya no puedo atravesar el cristal en el que me reflejo.


K.I.B.U.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora