Veo una luz blanca. Yo creía que eran cuentos de seres aburridos lo de que había algo más allá de la muerte. Camino hacia ella. Ahora corro, no vaya a ser que se escape y me quede sin mi luz blanca y aquí atrapado, rodeado de locos, muchos locos.
¡Por fin alcanzo la luz!
Como en un viaje de LSD doy vueltas mientras suena la música de John Mayall. Genial. Me gusta el ácido. Genial. Sigo así durante algún tiempo. En serio que es lo mejor que hay por aquí. ¡Tantas Hilipolleses! –ahora con H- Esto sí que es un puro viaje.
Pero todo lo bueno, termina; comienzo a ver cosas reales. Estoy ante la puerta de lo parece un zoo, aunque tiene más letras en el pórtico de medio punto que hace de puerta. ¡Ah, ya leo!
BIENVENIDO A LA REPÚBLICA
¡Qué coño leo! Vuelvo a leer.
¡BIENVENIDO A LA REPÚBLICA!
¡Ah, vale! Con admiración es diferente. ¿Entro o no entro?...
Entro.
Ante mí se abre otro mundo maravilloso. Veo un gran espectáculo. Creo que son miles. No, no. Se pierden en el horizonte, son millones. Millones de tumbas, nichos, panteones, y hasta lo lejos, donde no llega la mirada, nichos para urnas de cremación. Eso es nuevo. Ya era hora de que pasara algo bueno aquí. Me excitan los cementerios. Cientos de cruces, cientos. Hay tumbas en orrios de las que nacen bajorrelieves que firma la suerte que a cada cual le ha tocado. Es un laberinto de calles llenas de una arquitectura fúnebre increíble. Abundan las formas deformes que nos intuye la maldad; las hay lisas que nos avisan de la insignificancia de la vida. ¡Carpe diem! ¡CARPE DIEM! Gritan. Hay relieves en rojas piedras que crean montañas de nombres de hombres y mujeres atormentados, quizá, por el tiempo que les tocó vivir. Hay miles de crucifijos que marcan, saludando al cielo desde distintos ángulos, los recuerdos de las almas que allí habitan. Esto si que es el Paraíso.
Comienzo a caminar por las calles de tan singular barrio, pero no veo a nadie. ¡Vaya República más descortés! Nadie viene a recibirme. Y así, todo es un paseo eterno. Necesito hablar con alguien sensato. Es una tortura estar en un lugar de seres sensatos y no poder mantener una conversación de verdad, aunque sea de fútbol. ¡Mierda!
Alto. Me detengo. Allí viene lo que es un perro. ¡Joder! ¡Un mastín blanco! ¡Adiós a mi culo! Se acerca. No me muevo. No tengo miedo. No tengo miedo, me repito. Los perros huelen el miedo. Se para delante.
-Tú debes e ser León, ¿no?
¡Cago en...! ¡Qué susto! El perro me está hablando.
-¿Eres tú o te doy un bocado en los cojones?
-Sí, sí, sí. Soy. –"acojonao, quillo"-.
-Vale. No te asustes. Yo soy el guardián de los republicanos –dice-.
-¿Republicanos?
-Sí, están todos por ahí hablando.
-Pero, yo no he visto a nadie.
-Ya. Por que no los puedes ver. Sus cuerpos están en otra esfera.
-¿Cómo sabes mi nombre? –Aunque no me extraña, aquí todos saben mi nombre-.
-Te están esperando en el Panteón de los Príncipes.
-¿Dónde?
-Sigue esta calle principal y lo encontrarás. Que te vaya bien.
Y se va.
-¡Oye, espera! –Tengo tantas preguntas-
Pero vuelve el rostro y enseña sus colmillos, afilados, muy afilados. Entonces comprendo que no tengo alternativa, y de los cientos de calles lúgubres y siniestras, retomo el camino de la más grande. Supongo que será la principal. Digo yo.

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K.I.B.U.
HumorEl rey Neferkere antes de morir cede el legado para gobernar el reino a su sucesor. Pero El príncipe heredero parece tener otros planes para su reinado.