Dos

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Entonces, sólo entonces, el nuevo monarca marcó una leve sonrisa. Ahora él era el Monarca. Miró a la tenebrosa luna y tuvo el arrebato de hablarle. Siempre había odiado esa maldad que encerraba la luz funesta de la luna llena recubierta por nubes siniestras que pasaban impelidas por el viento.


PRÍNCIPE: ¡Oh, gran rey Neferkere! ¡Qué bello es el poder! ¡Tu trono es ahora el mío, tu gobierno de sombras me obedece! ¡Soy yo el guía de tu augusta legión y la de todos los gloriosos lugares que has pisado! ¡Por Apofis prometo que seré un gran Rey! (Silencio) Tomaré la mentira como mi quinto elemento, agregado al aire, la tierra, el fuego y el agua. Prometo transformar los más grandes y sublimes discursos en monstruosas ramificaciones del engaño y el infundio. (Alzando su puño derecho hacia la luna) ¡Juro que a mí no me tendrás, Muerte! ¡Encontraré el néctar de la inmortalidad y cambiaré el giro tus Esferas! ¡Cambiaré tu rueda de La Fortuna! ¡¿Me oyes, miserable?!

Nadie lo escuchaba. Su único público era el eco de los lejanos murmullos que llegaban de las entrañas del Laberinto.

De pronto, se rió a carcajadas.

Tenía más tiempo que su predecesor, pero ya no recordaba su nombre, y eso le hizo reír. Era Nerfec... o algo parecido. Le daba igual. Llevaba años elaborando un plan, aunque según la medida del tiempo, acá podían ser siglos, y si sus investigaciones sobre La Muerte eran ciertas, se encontraba cerca del néctar de la inmortalidad. Sólo necesitaba tejer una gran telaraña y esperar a su presa.


K.I.B.U.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora