ALICIA

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Ante mí había una gran escalera de estilo colonial que conducía a un primer piso. Cómo la habré reproducido de esta manera, suponiendo que representa mi adolescencia, tendría que ser conflictiva, destructiva y pesarosa, pero si es así, que sea. Subí las escaleras, nervioso por encontrarme con alguien conocido. ¿Además, me apetecía? Sospecho que estoy en un lugar perdido dentro de mí mismo y no quisiera encontrarme con alguien tan extraviado como yo, que confirmaría que esta especie de purgatorio para los desamparados de espíritu es real; demostraría que el camino del tao ese chino hacia la vida interior es una porquería; descartaría que todo esto es un sueño. Yo quiero que sea un sueño...por favor, que sea un sueño, ¿vale?


Cuando pisé el rellano del piso superior, todo era igual, oscuro, con la única claridad de una luz lejana que entraba por un ventanal situado al final de un largo pasillo, como si el sol estuviera a millones de años luz de lo que está ahora. Todo era difuso. El pasillo estaba salpicado de puertas cerradas que no abrí porque me entró miedo. Sí, creo que esta es mi adolescencia, mi patética adolescencia, llena de temores, de errores, de fracasos, de masturbaciones, de...ya es hora de que me enfrente a mi pasado y lo destruya, ya que es la única forma de poder liberarme de la ansiedad y la culpabilidad que llevo dentro.

Me acerqué a la primera puerta sigilosamente y coloqué mi mano en el pomo redondo de una de las puertas para abrirla. Pero, me detuve. No, esta no es, pensé, aquí está mi madre con un hombre que no es mi padre. Dejaré que disfrute también aquí sus deseos. Proseguí con la siguiente puerta, que tenía el pomo cuadrado, e intuí que ella estaba allí, aunque no tengo recuerdo si es ella o ello. Espero que sea ella y no descubrir que tengo otra inclinación. Abrí la puerta suavemente y sobre un edredón de rombos blancos y negros que cubría una cama triangular estaba...ella.

¡Uf! Es un alivio, pero aún así no hay que fiarse de las apariencias. Su desnudez, empero, era total, bellísima y seductora, y lo mejor de todo es que no la conocía de nada, ni siquiera tenía un vago recuerdo de ese ser tan perdido como yo. No era Raquel, ni Démona, ni Desdémona, ni Patri, Arantxa o su hermana Gorka, ni Felicia ni Alejandra, ni siquiera era mi novia. Me vinieron todos esos nombres y muchos más, como si formaran parte de mi cuerpo, y entiendo que las amé a todas mientras estuve con ellas a pesar de sus nombres. Empieza a aflorar lo extraño, lo extraviado, aquello perdido en marañas de redes de neuronas.

Se levantó y se precipitó hacia mis brazos. Me besó efusivamente igual que a un pescador que ha estado alejado cientos de años en la mar.

-¡Dios mío, eres tú de verdad, León! -Dijo con una susurrante voz melosa-.

Me conocía, sin duda, pero yo no lograba recordarla, aunque estuviese desnuda. Volvió a besarme. Tenía una sensación extraña al estar junto a ella. No hacía falta que me esforzara para complacerla, también hacía mucho que no tenía tanta hermosura entre mis dedos. La proximidad de su cuerpo me levantaba sensaciones llenas de una delicada lujuria, pero que no hacían temblar los pilares de mi memoria. Mi vinieron rostros hermosos y no tan hermosos de mujeres que alguna vez estuvieron entre mis brazos (no fueron tantas como yo había imaginado en mi soledad) o en el mundo de mis ideas.

Alicia. Ese era su nombre: Alicia. Ahora la recuerdo, cuando me ha mordido en el brazo.

Su presencia había hecho que perdiera toda la noción del espacio. Había una ventana que apenas dejaba pasar un reguero de luz difusa de un gris mortecino. La habitación estaba cubierta por una capa de polvo ancestral que de la niebla hacía su ambiente. Iba recordándola sobre la arena, una arena negra de una playa bañada por un mar azul intenso. Su bañador amarillo. Y yo junto a ella, desnudo, blanco sobre la arena, y sobre el paisaje oscuro, destacaban nuestras figuras.

-Entonces, los rumores que corren son ciertos -dijo después de la euforia del primer encuentro-.

-¿Rumores? -¿Aquí también hay cotilleo?-

-Sí, que pronto vendrías a salvarnos.

-¡Yo no voy a salvar a nadie!

-Dicen que eres el UNO.

-¡Eso es una mierda! ¿UNO? ¡TODOS SOMOS UNOS!

-¿Harías el amor? -cambió de tema, tal vez sabiendo la reacción antideítica que me invadía. O estaba preparada o me conocía mejor de lo que mismo me conozco, aunque al decir verdad, con media memoria, ella lleva ventaja.

No estaba dispuesto a cambiar de tema. Ya había cambiado de tema demasiadas veces en mi vida. Ya estaba harto.

-¡Todo eso del UNO justificaría la diferencia de clases y toda esa basura aristocrática! ¡NO HAY SALVADORES! ¡NO HAY DIOSES! ¡NO...!

Interrumpió mi monologo, y creo que para siempre.

-¡Ahora!

-¿¡Ahora!?

-¡Cuándo si no, cuando seas bruma total!

Empezó a gatear su desnudez sobre mi piel. Era tremendamente irresistible.

Lo siento. Sucumbí.


K.I.B.U.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora