Dos

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No sé cuando comprendí que estaba muerta. Tal vez ahora que había ocultado su cuerpo con un suave tul de color azul que no sabía de dónde había salido; o al apreciar bajo la tenue neblina que envolvía la habitación lo hermosa que era; o al ver sus ojos y cabellos negros escondiendo una profundidad desconocida. ¿Estaría yo también muerto? ¿Sería verdad lo del suicidio?

Posiblemente.

-Dime, León, ¿te han seguido?

-No lo creo. ¿Quién iba a querer seguirme?

-¿Has atravesado el Laberinto? -preguntó como si hubiera esperado toda la eternidad para ello-.

-¿El de las dulces Sirenas?

-¡Esa es la prueba de que eres diferente! ¡El ÚNICO! Nadie ha sido capaz de atravesarlo. !No te das cuenta!

-Sólo me doy cuenta de que a veces, muchas veces, las personas huyen de su propio valor para encontrarlo en un cobarde. Y eso es patético.

-¡Qué dices!

-¡Que no soy diferente, que no hay diferencia entre un pene, o un pene y un chichi, o entre dos penes o dos chichis!

Me levanté y me fui. Me recordaba a alguien, ¿o será genética femenina?


Salí de la habitación, dejándola en la misma penumbra en la que la encontré. Bajé las escaleras que antes había subido. Bajaba con la sensación de ir al infierno. Pero no. Cuando llegué al salón, Leonora, mi ama de Llaves, estaba sentada frente al ventanal de forma impertérrita, confundiéndose con una de las estatuas de Julio César, que como un fantasma había aparecido de la nada de mis recuerdos y vigilaba detrás de ella. A medida que iba recordando, aparecían objetos nuevos.

-¿Qué estás haciendo ahí? -tuteo-

-Vigilo -contesta sin apartar la vista del ventanal, mirando a la lejanía exterior-.

-¿Qué vigilas? -insisto como con los niños pequeños-.

-Si te han seguido. Si sigues siendo tan descuidado como siempre, es seguro que él te ha rastreado.

-¿Quién es él?

-¡Tu controlador!

-¿Mi controlador?

Miró al cielo clamando por entender por qué era un mamotreto, un ser estúpido, pero sobre todo, por qué era yo el supuesto Elegido para salvar sus penadas almas. Es que no habían sufrido ya bastante.

-Lo trajeron expresamente para ti. Nadie sabe de dónde vino, y aunque algunos aseguran que fue captado de las listas del GIMEN, te puedo asegurar que es un gran controlador, el mejor que haya visto nunca, y créeme, he visto muchos en este tiempo de alerta. Siempre termina lo que empieza. No como tú.

Se hizo un silencio. Me miraba fijamente esperando que le preguntara lo que era obvio.

-¿Qué es el GIMEN?

-¡Estúpido niño de papá! El GIMEN es una asociación maléfica creada por el Estado para crear ciudadanos desocupados capaces de hacer cualquier cosa por sobrevivir. De aquí se nutre el Estado de los Controladores.


Entonces, mirando nuevamente por la ventana, se alteró un poco. Sus órbitas oculares se alargaron hasta salirse de sus respectivas cuencas y así observar mejor. Dejé a Leonora en sus quehaceres. A lo mejor saca algo de provecho para sí misma. Intenté vagabundear por la casa a ver si había más sorpresas, pero entonces me di cuenta de que sólo podía ver las escaleras y el salón. No había más, sólo algunos objetos que de pronto se mostraban, el Julio César, las habitaciones de arriba, y algo nuevo, un diván ahora frente a las escaleras. Me senté y me pregunté: ¿tan oscura y aislada es mi mente? Tenía que haber algo más que este aserrín. Una neurona, al menos. Subí nuevamente las escaleras de forma atropellada por el descubrimiento de lo que suponía era mi subconsciente. Llegué al final de los peldaños y miré rápidamente a mi alrededor buscando habitaciones por descubrir, pero solamente había muros. Sólo quedaba una puerta, la que daba a la habitación dónde antes estaba Alicia. ¿Qué habrá ahora? ¿Por qué mi subconsciente se envuelve en tanta negrura y pesadumbre, en tantas palabras de significado medio cabalístico, pesimista y destructivo? Al final del pasillo hay ventana que deja pasar veladamente una débil luz. Eso no ha cambiado.

¡Nunca imaginé que mi mente fuera tan mierda podrida!

Así estaba cuando oí los gritos de Leonora.

Bajé lo más rápido que pude, pero antes de pisar el último escalón vi su rostro estrafalariamente enjuto frente a mí, con los ojos aún más desorbitados que antes, como si me hubiera visto desnudo o algo así desagradable, y todo bajo su riguroso luto.

-¡Te han seguido! ¡Tienes que huir! -gritó desesperadamente-.

-¿Quién me ha seguido?

-¡Gilipollas, que te vayas!

Ahora con –G-. ¡Qué punto!

-¡Quiero verle!

-¡Ya no puedes! -gritaba-. ¡Está muy cerca! ¡Escapa por la trampilla! -mientras abría una trampilla que había surgido del suelo de madera (me fijaba ahora, seguro que antes no estaba)-.

-Pero... ¿Y Alicia? ¡Hay que avisarla! -¿o no?-.


-¡Ya no puedes hacer nada por ella!

En ese momento se oyó la aldaba crujir sobre la puerta, produciendo un ruido seco y profundo. Leonora había esperado hasta el último instante para cerrar al unísono la trampilla y el golpeo de la aldaba.

Quedé en una noche completa durante unos segundos.


K.I.B.U.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora