Capitulo 1. Un viaje un cambio de vida

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Capítulo 1. Un viaje, un cambio de vida.
- Dani, Dani, despierta. - escucho cómo me llaman. Abro lentamente los ojos y veo a Anahí intentándome despertar, para decirme, con sarcasmo - Ay, mira, la niña se despertó. Vamos a aterrizar.

Me estiro lentamente, restregándome los ojos. Había cogido un vuelo desde Gran Canaria hasta Nueva York, haciendo escala en Madrid, para conseguir mi sueño: estudiar en Juilliard y ser una de las mejores bailarinas y violinistas. Hace dos meses me había llegado una carta diciéndome que tenía una doble beca para cumplir ese sueño y, precisamente, en la universidad que quería. Estaba muy contenta, pero justo tenía que irme a Estados Unidos a principios de septiembre, privándome de poder celebrar mi cumpleaños, pero mis padres me dieron sus regalos antes de irme, diciéndome que lo abra cuando llegue.

El lado bueno es que no iba sola a Juilliard. Otros diecinueve músicos y bailarines también con becas para la misma universidad a la que iba yo y todos ellos amigos míos.  Conocía a la gran mayoría de ellos y casi todos teníamos la misma edad: teníamos o íbamos a cumplir 18. Yo soy una de las más pequeñas.

Anahí, la chica que me despertó antes, es mi mejor amiga. Sus ojos son castaños cristalinos, su piel, bastante morena y su pelo, de un tono chocolate. Nos conocimos varios años atrás y fue gracias al baile. Es una buenísima bailarina. Su hermano gemelo, Jonathan, es igual a su hermana, excepto por el hecho de que él nos saca dos cabezas, aún teniendo nuestra edad, está algo cuadrado y, para qué mentir, estaba muuy bueno. Y lo más alucinante era que era un bailarín increíble y, por eso, tanto él como su hermana, tienen una beca para Juilliard.

Acabo de estirarme y miro a mis lados. Estaba montada en un avión de esos americanos que tiene tres filas en vez de dos. Estaba sentada en el sillón del medio de la fila del centro con Anahí a mi derecha entretenida con un libro que estaba acabando, mejor no molestarla, y Jonathan a mi izquierda, leyendo unos papeles.

- ¿Qué tal? - le pregunto a Jonathan en nuestra lengua natal.

Jonathan me mira sobresaltado; no sabía que estaba despierta. Me sonríe y me contesta:

- Bien, leyéndome las normas de la universidad. ¿Y tú?

- Genial. Recién despierta, ya sabes. ¿Me dejas ver las normas, porfa? Apenas las he visto por encima.

- Sí, mira.

Y me enseña las normas. Un listado de veinte, treinta normas, pero ninguna de ningún toque de queda para dormir. Bien. Lo necesitaba. Aparte de ser músico soy boxeadora y con las clases de la universidad lo más seguro era que sólo pudiese ir tarde. Jonathan pareció que leyó mis pensamientos, porque me pregunta:

- ¿Qué? ¿Contenta de que no haya toque de queda? -. Lo miro sorprendida, siempre me había leído la mente, de una forma u otra.

- Sí, pero lo único que me queda es encontrar un buen gimnasio.

- De eso ya me he encargado yo. Hay uno cerca de la uni. Si quieres mañana nos pasamos.- me comenta, mientras mira unos papeles para tenderme uno, sonriendo. - Aquí tienes los datos. Dicen que allí entrenan muy buenos boxeadores. Sé que no te va a gustar el nombre del que lo lleva, pero es bastante bueno.

Me quedé flipando en colores. Este chico me sorprende cada vez más. Cojo el papel que me da y lo leo. El gimnasio que decía sí que quedaba cerca de la universidad, podía ir andando. El que lo lleva creo que se Jeff. Jeff... Me recorre un escalofrío por la espalda. Hará unos años, cuando acababa secundaria, una noche me desperté sobresaltada porque la ventana de mi habitación no dejaba de dar pequeños golpecitos. La cerré algo extrañada, ya que pensaba que la había cerrado, pero lo deseché enseguida debido a que me había ido a dormir muy cansada y sabía que podría no recordarlo muy bien, y, cuando me disponía a dormir, sentí que alguien me observaba. Seguí mi instinto, que me decía que me quedase quieta con los ojos cerrados, y, de a poco, sentí como si algo o alguien se recargase sobre mí. Entonces, abro los ojos y me encuentro con un rostro blanquecino, pelo negro, como chamuscado, y, lo más extraño, sus ojos estaban redondeado por una arandela negra y su pupila era negra como la noche. Y luego vino lo peor. Sonrió y me dice, con una voz que jamás olvidaré:

El boxeador y la bailarina... ¿boxeadora?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora