Capítulo 29. A recuperarse

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Capítulo 29. A recuperarse

Ya estaba acabando de oscurecer cuando escuchamos el primer ruido extraño.

Como no llevábamos auriculares ninguna de las dos, ambas reaccionamos como un resorte nada más oírlo.

Nos miramos mutuamente y, de acuerdo mutuo en silencio, decidimos volver a la casa, pero tomando un camino mucho más largo para distraer un poco.

Mientras retomábamos el camino de vuelta, volvimos a escuchar ruidos, como si se tratase de pisadas, pueden ser de un jabalí o de una persona, en ese momento no nos detuvimos a descubrirlo; tan solo queríamos quitarnos de encima al que teníamos pisándonos los talones.

Al cabo de unos minutos, los ruidos persistían, así que le hice unas señas a Anahí, la cual entiende al instante, separándonos pocos segundos después.

El plan era que, al separarnos las dos, quien, o el que, que nos estuviese persiguiendo tendría que decidir a quien de las dos seguir. Mientras tanto, la una estaría pendiente de la otra por si necesitábamos ayuda en algún momento.

A la vez que corría, oía cómo corrían detrás mía y miré varias hacia Anahí, quien corría a unos veinte metros a mi derecha, que por la velocidad que llevaba y por cómo movía su cabeza, buscando con su mirada sitios por los que escaparse, deduje que había algo persiguiéndola.

- Psst - me llama mi amiga, tras haber recorrido unos metros y me señala hacia arriba haciendo un gesto que interpreté como una iniciativa para pelear.

Advertí que apenas un metro más adelante había un árbol que más o menos estaba bien para escalar, así que pego un salto y me consigo encaramar al árbol, empezando a escalar enseguida.

Llegué a poco más de la mitad del árbol en cuestión de segundos, sujetándome a una rama gruesa que tenía cerca y miré hacia abajo.

Lo que vi debajo me sorprendió bastante. Había dos personas, uno en cada uno de nuestros árboles, intentando escalar sin parar.

Anahí y yo empezamos a lanzar algunas bellotas, intentado a ver si nos dejaban en paz, pero en cambio conseguimos que se quedaran medio inconscientes, permitiéndonos a nosotras poder cargarlos en nuestros brazos durante el corto trayecto que quedaba ya para llegar a la casa.

- ¡Samuel! - llamo a mi hermano, a la vez que aparecía por el salón - Bájate tu portátil; necesito que me desactives un chip rastreador.

Él asintió y subió a la habitación que comparte con nuestros padres a buscar su portátil, obedientemente.

Mi hermano puede ser todo lo pequeño que tú quieras, pero en cuanto a ordenadores, el pitufo es un maldito genio. Le hicieron un examen en su colegio a principios de este curso para saber cuál era su coeficiente intelectual; tiene un 190.

Lo bueno de su portátil es que él mismo lo formateó para tener control completo sobre él y aún sigue teniendo todos y cada uno de las licencias, programas,...

Bajó corriendo, mientras la madre de Anahí, cirujana de vocación, le acababa de coser los cortes que les hizo para sacarles los chip de rastreo que llevaban en la parte interior de sus brazos derechos.

Samuel cogió ambos e introdujo uno en la ranura para la lectura de tarjetas que tenía su ordenador.

Desactivó ambas tarjetas y nos quedamos mirando a nuestros perseguidores, que dormían plácidamente.

Le quitamos los pasamontañas y nos dejaron sin aire: eran dos chicas de Julliard. Decidimos sentarlas en un par de sillas enfrentadas, en una habitación que no estábamos usando, y atarlas de pies y manos, a la vez que esperábamos que se despertasen.

El boxeador y la bailarina... ¿boxeadora?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora