Capítulo 18. Boxer. Ay...

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Capítulo 18. Boxer. Ay...
Vale, me tranquilizo y pienso. A ver, cerca de 2.20 metros. Probocar cabreo y cansarlo a la vez. Vale. Decidido.
El árbitro nos obliga a chocar los puños y espera... Anuncian que, al ser la final, se valdrá cualquier técnica y movimiento hasta que el otro quede fuera de combate. Vale tudo. Mierda. Voy bonita como este me toque.
Empezamos a dar vueltas por el ring.
- Vaya cosita más chiquitina. Y encima, chica. Pareces un ratoncito - me dice Levallois, con sorna.
- No me subestimes, Levallois - respondo, con media sonrisa.
Él intenta pegarme varias veces, pero consigo esquivarlo.
- ¿Tan miedica eres, ángel endemoniado? - inquiere.
- Endemoniada sí que puedo llegar a hacer. Pregúntale a mis anteriores adversarios. Miedica... No creo - me río.
Intenta darme más veces, pero, en el último y en el último instante, viro y consigo un impacto limpio en su nariz. Creo que se la rompí.
Queda un poco aturdido un par de segundos, lo suficiente para que yo le alcance un par de veces más.
Labio, nariz y seguramente cuatro costillas rotas, a parte de los dos dientes caídos y un ojo hinchado. Lo consigo mientras él intenta pegarme un par de veces.
Para el final, hago una patada de Karate.
Levallois no podía seguir.
El árbitro me alza un brazo dándome el título y, entre los aplausos, me deshago del hombre y voy hacia el contricante que se ha enfrentado a mí esta noche.
- Te dije que no me subestimaras - le dijo al hombre, quien estaba boca arriba en el sitio donde cayó, y le tiendo la mano.
- Y mal que hice al subestimarte - me responde, aceptando mi ayuda.
- En los vestuarios está mi entrenador. Ve y pídele que te ayude con las heridas. Además, tendrías que ir a un hospital a que te miren las costillas. Reconozco una fractura en cuanto cede bajo mis manos - le propongo.
- ¿Sabes? Puedes ser todo lo endemoniada que quieras sobre el ring. Pero se ve por qué te llaman ángel y no sólo porque seas buena en lo que haces. Sigue así - me aconseja y sale.
Entonces, me giro y veo que el árbitro me tiende el cinturón que me da el título. Lo cogo (pesa un poquito, ¿eh?) y lo alzo, haciendo que se escuchen más víctores que antes si era posible.
Bajo del ring y entro a los vestuarios. Allí veo cómo Jeff y unos sanitarios curan a Levallois, pero Demon... Demon estaba a unos metros de mí con una cosita chica entre las manos y, al verme, se acerca a mí con una enorme sonrisa.
Dejo el cinto en un banco de cualquier manera y también me acerco a él.
- Aquí tienes, mi princesita - me dice, tendiéndome algo parecido a una bolita de pelo.
Al cogerla, exclamo de la sorpresa. Era un gatito blanco no más grande que mi mano con machitas grises y ojos claros. Maúlla bajito y lo acaricio para que esté tranquilito. Lo amo.
No noto que se me llenan de lágrimas de felicidad los ojos hasta que alzo la vista hacia Demon. Sus ojos delatan que él también se ha emocionado.
Me encierra en uno de sus dulces abrazos, nos fundimos en uno con el pequeño gatito entre medias, pero el gato maulló, pidiendo un poquitín de aire, haciendo que nos separemos y nos riamos un poco.
- Me acordé de ti al verlo. Es muy lindo, ¿verdad? - me dice Demon, mientras me sujeta por la cintura y mira, junto a mí, al bichito que tengo entre las manos.
- Lo adoro. Lo quiero. Lo amo - es lo único que respondo, provocando su risa.
- ¿Qué nombre le pones?
- Boxer.
- ¿Por qué?
- Porque al estar intentando llegar a mi barbilla me está dando pequeños arañazos en las manos. Y porque nos conocimos en una pelea.
Él ríe levemente. Es verdad que el gatito está oliéndome la barbilla y, para darse impulso, me está haciendo cosquillas en las manos con sus pequeñas zarpas. Y también lo de la pelea. Nos conocimos en persona el día de mi primera pelea.
Demon me besa suavemente en los labios.
Al separarnos, el gatito maúlla levemente y acaricia su cabecita contra mi barbilla, consiguiendo nuestras risas.
- Ahora que os veo juntos, entiendo por qué los jóvenes se desviven tanto por sus parejas - comenta Levallois, con una sonrisa, antes de tumbarse en la camilla para que lo lleven al hospital en la ambulancia.
Jeff me larga a la ducha, alegando que si no lo hacía, dejábamos sin sentido olfativo al pobre gatito por el olor de mi sudor. No huelo tan mal (lo juro por mi violín, que es una de mis pertenencias más preciadas).
Me ducho, me cambio y me voy a la casa de los hermanos con Jonathan, Angie, Lace, Vero y Anahí, quienes me felicitaron por mi victoria al verme.
Pasamos parte de la noche viendo películas, pero nos quedamos dormidos todos en el salón. Por suerte, hoy es viernes y nos dieron ya las vacaciones, a parte de que ya hemos tenido todos los conciertos de Navidad que nos pidieron, así que puedo descansar durante tres semanas de vacaciones.
El sábado nos despertamos gracias a los maullidos y los pequeños tironcitos que nos dió Boxer y nos fuimos a desayunar fuera.
Todo está decorado con cosas navideñas ya, así que cada dos por tres nos encontrábamos con el típico Papa Noel que está tocando la campana para recaudar dinero y todas las luces que cuelgan.
Entramos a una cafetería de cuya puerta salía un olor a jengibre y calentito que embelesaba a cualquiera que pasase.
- Buenos días, hijos. ¡Qué sorpresa! ¿Qué tal están? - oigo una voz femenina a nuestras espaldas cuando nos pusimos en la cola.
Ay...

El boxeador y la bailarina... ¿boxeadora?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora