Resaca.

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Lana.

Me desperté por los golpes de la puerta, ya estaban siendo bastante irritantes y mi dolor de cabeza me hacía querer mandar a el primero que se me cruce a la mierda. Seguramente sería Tom el primero.

Que ganas de darme un tiro.

Me levante de mala gana y abrí la puerta con los ojos a entre cerrados por la luz fuerte que entraba, la habitación estaba oscura. Refregué mis ojos con ambas manos y le di una mirada perezosa.

— ¡Como duermes mujer! —vocifero Tom, por su mirada podía notar que él estaba en el mismo estado que yo. La resaca era horrible.— Te vez de la mierda, te doy diez minutos para cambiarte.

¿Perdón? ¿Diez minutos? ¿Quien es su sano juicio se cambia en diez minutos? 

Sin decir una palabra más, se fue de mi vista, cerré la puerta y lo maldije interiormente mientras me iba al baño para lavarme la cara, mis dientes, cepillarme un poco el pelo y cambiarme de ropa. Tenía mi pijama de dos partes, la remera con dos tiras muy finitas arriba, que era bastante corta y el short de abajo, también era demasiado corto, pero era cómodo. Mi intención de salir así era grande, pero no quería que nadie me viera de esa manera y menos Tom. Así que me puse una camiseta blanca ancha y un pantalón ancho.

Apenas me acerque a la puerta, una silueta de mujer se hizo presente, llevaba un vestido rojo medio arrugado, una chaqueta negra en su mano y sus tacones igual. Estaba por salir descalza del departamento, al verme hizo una mueca media avergonzada por verse así y me regalo una sonrisa apenada. Dios mío, pobre mujer. Tom estaba sentado en el sofá, cambiando de canales y sin darle mucha atención, ella quiso acercarse para despedirse de él con un beso en los labios, pero él simplemente corrió su cara y termino dándole un beso en la mejilla. Se despidió de mi con una sonrisa dulce y salió. Me dio lastima. 

Salí de la habitación y me fui a la cocina de con poco ánimo. Sinceramente quería seguir durmiendo, pero el señor don exigente ya me había despertado para hacerle su comidita como un maldito bebé.

— ¿Que va a querer el rey hoy? —pregunté en tono burlón mientras apoyaba mis codos sobre la mesa y mi cabeza en mis manos. Tom me miró fulminante y rodó los ojos.

— Hoy solo dame nesquik de fresa con tostadas. —tenía la voz ronca, lo hacía sonar imponente. Suspiré con cansancio y me acerque a la cocina para buscar lo que Tom quería que le prepare.

Protesté una y mil veces, mi cabeza estaba casi partiéndose. Necesitaba alguna pastilla para el dolor, y este idiota también.

Tomé dos tazas, una para el nesquik de Tom y otra para un buen café. Miré mi muñeca para ver la hora exacta en mi reloj, eran las siete y treinta. ¿Tan temprano se despierta esta criatura irritante? Mientras esperaba que se calentara el chocolate, me serví el café para darle un trago corto, estaba bastante caliente. Miré a un punto fijo y seguí esperando unos minutos más. Me concentre tanto en mis pensamientos mañaneros algo suicidas y agotadores, que la voz elevada de Tom me hizo volver a la tierra, estaba cruzado de brazos con la mirada puesta en mi, parecía que me iba a atravesar el cuerpo. 

— ¿Cuánto tiempo más te vas a tardar? —su tono de voz me causo escalofríos, clave mis ojos en los suyos lo miraba con un brillo furioso, no quería escucharlo— Muero de hambre.

— Tendrás que esperar, porque no pienso apurarme —rodé los ojos y volví a mis pensamientos. Iba a darle un buen sorbo a mi taza de café, pero Tom estaba parado enfrente mío con una expresión totalmente seria e imponente, media al rededor de unos doce o trece centímetros que yo, por lo cual mi cabeza se alzó para arriba y la de él se bajo, quedando cara a cara. Podía sentir su respiración chocar con la mía, haciendo que me intimide un poco más, se acercó lo más que pudo mientras yo hundía mi cabeza y mis hombros.

¡𝘔𝘢𝘭𝘥𝘪𝘵𝘰 𝘢𝘳𝘳𝘰𝘨𝘢𝘯𝘵𝘦! ;Tom Kaulitz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora