Ajusté la gorra rosa hasta que ningún fleco de mi rojo cabello quedara a la vista. Observé por última vez mi reflejo elogiando lo bien que me quedaba aquel bikini de dos piezas rojo. Era atrevidamente elegante. Sin duda le causaría una conmoción a Jace .
No era que me apetecía vestirme mejor de la cuenta para que mi ex se arrepintiese, era que sabía lo que valía y él besaría el polvo del piso por otra oportunidad que no le iba a conceder. Aguanté demasiado macromachismo en esa relación. Y Dios perdona, pero yo no era Dios.
Estar allí me relajaba y me daba la bienvenida al caluroso verano. De hecho, hasta olvidaba por ratos que tendríamos a un intruso en nuestro hogar por unos cuantos meses.
— !Vamos, Laia! ¿Es tan difícil ponerte un bikini?
Por los cielos y estrellas, que exasperante podía llegar a ser Maia. Rápidamente entré en el vestido playero de color blanco ocultando el despampanante bikini, no quería que la fiera de Maia subiera expulsando chispas.
— Soy la mayor y ya no hay respeto — rugió Maia en tanto yo salía de la habitación del hotel —. Laia ni siquiera me hace caso, y Alaia nunca está donde debería de estar. Esto es el colmo.
Los chicos en la sala rieron con diversión mientras mi hermana gritaba y gritaba. Aquel carácter de mamá no le quedaba para nada. Por otra lado... este era nuestro grupo: Nashla: último año, piel de chocolatina y rastas en el pelo.
Su hermano Charlie: a quien solo le quedaba el verano para entrar a la universidad junto a Maia. Charlie era de cabello castaño y ojos oscuros.
Dalton: nuestro mejor amigo de toda la vida, contaba con piel clara, un suave cabello oscuro y ojos verdosos.
Y en último plano: Jace. Éramos amigos hasta que decidimos dañar nuestra amistad dando el siguiente paso en una relación que terminó por ahogarnos a los dos. Que tóxicos podíamos llegar a ser las personas. ¿O será por tantas similitudes? Jace es casi pelirrojo, con orbes color cafés y piel exquisitamente bronceada.
Él tenía demasiadas red flags.
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— Sol, playa, ¿qué más podríamos pedir?
Todos ignoraron a Alaia mientras seguían caminando por la arena. Era una cabeza hueca. ¿Dónde habría estado toda la mañana?
Éramos tres: Maia, Laia y Alaia. En ese preciso orden. No se pregunten qué le habrá pasado por la cabeza a nuestros padres por tan originales nombres. El punto era que Alaia solía ser muy escurridiza cuando se lo proponía. Nos tenía agobiados.
— ¿Pueden parar de ignorarme? ¡Es horrible!
Oh, sepulcral silencio.
Las lágrimas brotaron como chispas de los ojos de Alaia. Iba a intervenir, de no ser por...
Mi cabeza salió disparada hacia delante tras un pelotazo que me dejó tirada en el piso. ¡Auch!... ¿Y saben que es lo más cool? Que el gorro rosa se quedó sujetando mi cabello. Trucos.
Giré la cabeza hasta encontrarme a la persona de tal acción. Un chico rubio me sonreía con inocencia en tanto se peinaba el cabello hacia atrás, juguetón. Oh... esa sonrisa no le duraría mucho.
Tomé lo primero que encontré en la arena: una sartén que se notaba que había sido usada recientemente. La agarré y con rapidez la estampé en la cabeza del chico de cabello dorado.
Las risas no tardaron en hacer presencia.
Que pasada.
Al parecer el golpe lo dejó tonteado porque lo único que el chico consiguió hacer fue reír. Cuando pensé en propinarle otro golpe, el muchacho se me adelantó y con la misma rapidez que yo había tenido hace unos segundos, me quitó el gorro que llevaba, revelando mi pelo rojizo.
¡Menudo idiota!
— Devuélvemelo.
— ¿Qué cosa? ¿Esto? — alzó mi gorro color rosa cuando aún yo trataba de asimilar su voz, más gruesa de lo que aparentaba su edad —. Es mi souvenir.
Y cómo si fuera una broma de YouTube, se fue corriendo con mi gorra en mano. Quedé anonadada mientras mis amigos lo perseguían entre un montón de carcajadas. Estaba segura que debía haber una cámara escondida.
No me quedé atrás más tiempo: me acerqué a la orilla de la playa mientras el grupo nadaba intentado alcanzar al idiota que estaba dentro, con mi pertenencia.
Me quité el vestido revelando mi bañador e ignorando las miradas que me atravesaban la nuca. Me adentré en el agua con un poco de dificultad al no saber nadar muy bien. Sin embargo, eso no me impidió saltar a la espalda del idiota que traía mi gorro puesto.
— Devuélvemelo, ¡ricitos de oro!
Mis divertidos amigos se fueron dispersando por la playa mientras yo seguía embarrada en una lucha absurda por una gorra. En medio de la guerra, el collar de perlas que llevaba puesto se rompió, esparciéndose por toda el agua salada.
Abrí la boca sumamente molesta. Aún así, fingí rendición alejándome por el lateral del rubio que se abría paso en el agua, creyéndose triunfador. Tomé una bocanada de aire, me sumergí hasta sentir sus pies y tiré de ellos con todas mis fuerzas.
— ¡Loca!
Gritó, tomando el control de ambos y ubicándome frente a él. De alguna manera ilógicamente lógica, terminé muy, muy pegada a él. Mis piernas se encontraban enganchadas a su cintura producto de nuestra pequeña guerrilla.
Nuestros ojos se conectaron y aproveché para quitarle el gorro y plantarlo en mi cabeza.
— No creo que exista alguien más irritante, molesto, patán, e insoportable que tú, intento de estereotipo americano.
Él sonrió bajándome de sus caderas, así eliminando la extraña cercanía que había crecido entre nosotros. Salí en bola de humo hacia la orilla ignorando el llamado de Jace y tumbándome en la arena.
— Eso ha sido divertido, Aaiden.
Aaiden.
¡¿Aaiden?!
No. No. No. No.
Por todos los santos. ¿Ese Aaiden? Pestañeé perpleja observando al rubio que sonreía con suspicacia en mi dirección. Es que no lo digería. ¿El mismísimo hijo de la amiga de mamá que se quedará en casa por todo el santo verano?
Mis puños se apretaron por instinto negando ligeramente. ¡Será una completa tortura! Todos los chicos, incluidas mis hermanas, charlaban animadamente con él. ¿Por qué nunca me enteraba de nada?
Tiré del brazo de Alaia alejándonos del ruido del grupo:
— No me digas que ese...
— ¿No lo sabías?
Choqué mi palma con mi frente asintiendo:
— Sí que lo sabía; ¡lo que no sabía es que vendría al hotel con nosotras. ¡Me hizo correr y nadar un maratón!
Alaia se encogió de hombros dándose la vuelta. Volví con ella solo para despedirme, no me agradaba la nueva compañía y mi estómago rugía por alimentos.
— Que amargada, Laia. ¿No piensas asistir a la fiesta? En una hora inicia.
— Me lo pensaré, Dalton.
— ¿Te lo pensarás? Pero, ¡si estabas emocionada por esa fiesta!— ésta vez fue Nashla quien habló.
Mordí mi labio en un acto nervioso.
Contesté:
— Supongo que el notición me ha puesto los pies en la tierra.
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Mi cliché de verano.
Teen FictionY todo empezó como un santo cliché. La vida de Laia era sencillamente ordinaria. Nada fuera de la rutina que ella conocía solía suceder. Hasta que un día su madre les confesó una horrenda noticia: uno de los hijos de su mejor amiga se mudaría en su...