Aaiden.
— ¿Le mentirás a tú novia?
Eso, sin duda, me hizo sonreír.
Tomé la cintura de Laia y con la fuerza suficiente la arrojé hacia la cama. No dudé en levantar sus manos por encima de su cabeza. Acaricié el rubí que llevaba en su cuello.
Hace tan solo unos días había comprado ese rubí en una tienda escondida y arcaica de Inglaterra. En clase de historia había escuchado que desde la antigüedad, los diamantes siempre han sido el símbolo del amor eterno.
Los diamantes, esmeraldas, rubíes o zafiros, se le acuñaba al el vínculo y las promesas que unían a dos amantes para siempre.
Cuando vi ese rubí color rojo, supe que era el obsequio correcto para la propuesta que pretendía realizarle a Laia. Era un juego de accesorios de collar y anillo. No podía quedarle mejor a Laia.
En el momento en el que sus labios pronunciaron un sí sobre el río Támesis y mi corazón latió desenfrenadamente, supe que no quería vivir la experiencia de amar con otra persona que no fuera Laia.
— ¿Por qué no me dices la razón por la cual tienes una botella de Vodka en tu maleta, guapo?
Suspiré.
Liberé sus manos apartándome para que pudiera acomodarse. Laia pasó sus brazos por mi cuello, sentándose sobre mi y girando mi cabello entre sus dedos, sin apartar sus ojos cafés de los míos.
— Mañana inicia el juicio por la custodia de mis hermanos.
Ella asintió. Su dedo recorrió mi nariz, luego mis pómulos hasta llegar a mis cejas. Me relajé en sus manos, proseguí.
— Me es difícil, ¿sabes? Odiaría no tomar la decisión correcta. Porque mi madre, nunca ha sabido ser una madre aunque lleve ese título. Nunca se ha preocupado lo suficiente por nosotros. Y, no la culpo, está tan rota que sé que no puede con semejante carga.
— Siempre eres tan comprensible, cariño — murmuró la pelirroja —. Pero tú entenderás que es su deber el cuidar de tus hermanos. Y, a pesar del dolor que ella pudiese estar cargando, es su responsabilidad el cuidarlos y velar por ellos.
— Lo sé, lo entiendo. Por eso mismo creo que lo mejor es que mi padre obtenga la custodia total de mis hermanos. Él es tan diferente a mamá, él se ha mostrado más preocupado por nosotros. Incluso parecía haber estado enamorado de mamá.
Laia frunció sus cejas con destellos de color rojizo.
— ¿Qué quieres decir?
— El compromiso de mis padres fue a conveniencia. No los obligaron, pero sí los persuadieron para lograr que se casaran y reforzaran el negocio familiar de mis abuelos tanto paternos como maternos.
— ¿Nunca... nunca se amaron de verdad? — negué con la cabeza —. ¿Ni siquiera sé atraían o...?
— Ni siquiera se conocían de verdad antes de casarse.
— Eso es horrible — murmuró.
La analicé detalladamente. Todo en ella me parecía tan llamativo y atractivo, que sentía la extraña necesidad de observarla por horas con el fin de grabar cada uno de sus pequeños detalles en lo más profundo de mi mente. Desde sus ojos cafés, sus largas pestañas, sus labios carnosos, tan delicados a la vez, sus sonrojadas mejillas, el lunar de su clavícula, hasta las pequeñas manchitas que recorrían el inicio de sus senos.
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Mi cliché de verano.
Novela JuvenilY todo empezó como un santo cliché. La vida de Laia era sencillamente ordinaria. Nada fuera de la rutina que ella conocía solía suceder. Hasta que un día su madre les confesó una horrenda noticia: uno de los hijos de su mejor amiga se mudaría en su...