Capítulo 1. Lo odio.

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Alejandra.

- Alex, deja de remover la leche y termina el desayuno – me mete prisa mi madre, dando unos golpecitos en la mesa – todos los días lo mismo – refunfuña - ¡Alex!

- Que ya voy – exclamo aún medio dormida.

Arrugo la nariz irritada y reprimo un bostezo ante la mirada amenazante de mi madre. A diferencia de ella, que se levanta con la batería totalmente cargada, a mi me cuesta dios y ayuda arrancar por las mañanas.

- Alex vas a llegar tarde al instituto – predice.

- Aún hay tiempo – aseguro, después de dar un sorbo de la leche.

- Las clases empiezan en veinte minutos y tardas quince en llegar.

- Pues aún me quedan cinco minutos – sonrío de oreja a oreja.

Mi madre me bufa cual gato enfadado y se gira para colocar unos vasos en el lavavajillas. Me relajo un poco en la silla, hasta que recuerdo que hoy es miércoles y tengo a primera hora matemáticas. Debo darme prisa si no quiero volver a llegar tarde y que me saquen a la pizarra. Los profesores siempre dan cinco minutos de cortesía, todos menos Angel, el profesor de matemáticas.

Bebo de un sorbo la leche que me queda, me acerco al fregadero para enjuagar el vaso y lo coloco en el lavavajillas.

- ¿hoy tienes libre no? - pregunto a mi madre. Afirma una vez con la cabeza, sonriendo con los labios apretados – recuerda que es miércoles y hoy salgo a las dos.

- Lose cariño.

Le doy un beso fuerte y ruidoso en la mejilla, como a ella le gusta. Ella me hace una pedorreta en el cuello en respuesta.

- Te quiero Mama – grito mientras recojo mi mochila del suelo a toda prisa.

- Cuidado con la bici – la escucho gritar antes de cerrar la puerta del piso.

Bajo las escaleras del edificio a toda prisa, colocándome la mochila a la espalda. Me acerco hasta el cuartito que hay debajo de las escaleras y saco la bici. Miro el reloj que llevo en la muñeca, para comprobar que voy bien de tiempo, aunque ya sé que voy retrasada, como siempre. Las agujas del reloj marcan las siete y cuarenta y seis minutos. Mierda.

Dejo la bici apoyada en la pared del rellano, para abrir con facilidad la puerta que da a la calle.

- Vas tarde, peque – se burla mi vecino Bosco, sentado en su nueva moto, que le ha comprado por su dieciséis cumpleaños su abuelo paterno, el cual, por cierto, está forrado.

- ¡Que no me llames así! - le grito.

Bosco se coloca el casco integral entre risas.

- Te veo en la pizarra – dice mientras baja la visera.

- ¡imbécil!

Se que se ha reído, aun no habiéndolo escuchado por el sonido escandaloso que ha hecho la moto al arrancar. Observo cómo se aleja, acelerando sin necesidad. Es un fantasma. Como lo odio.

De entre todos mis compañeros de clase, tenía que ser él mi vecino del piso de abajo. Peor...de entre todos mis compañeros tenía que ser hijo de la mejor amiga de mi madre. Por lo que nos hemos visto obligados a coincidir desde pequeños y hemos pasado tiempo juntos a la fuerza.

Nunca nos habíamos llevado bien. El era el hijo sabelotodo, que dejaba a todos asombrados por qué con tan solo 4 años de edad conocía todos los planetas y ya sabía sumar y restar, mientras que a mí apenas se me entendía al hablar. Era un friqui que prefería jugar con puzzles, cuando todos los niños estaban enganchados a la tele.

El juego del pañuelo [Saga: NOSOTROS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora