IX

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A pesar de la persistencia humana por cazar a Katie de la mejor forma posible incluso, introducirse en su ámbito más personal, está, apenas hacía caso más allá de mi. Su naturaleza humana se hacía ver en esos momentos en los que las personas, bastante insoportables y que incluso, amablemente la mujer de ojos verdes intentaba con coherencia y lógica explicarles que era su momento, que necesitaba paz después de un día duro de trabajo, de nada sirvió, fomentó la locura de aquellos paparazzi que como la mierda y los chicles se pegaban a ella, mierda por no respetar absolutamente nada más allá, y chicle por ser tan pegajosos y asquerosos que una de las veces, esa misma tarde, caminando por el muelle, sin venir a cuento.

Grito "puta" la morena lejos de quedarse callada y quizás así seguir caminando a mi lado como si nada pasara. Giró su cuerpo hasta que su rostro se vio con aquel chicle pegajoso, con el rostro completamente endurecido, soltó un momento mi hombro y le pegó tal puñetazo que si prestabas total atención, podrías haber escuchado el crujir de su mandíbula al chocar contra sí misma y de ahí, el siguiente chasquido se reflejaba en su rostro sudado, pues pequeñas gotas comenzaron a salir por su tabique hinchado y morado, pequeñas gotas que reflejaban una parte de esa mujer que yo, apenas conocía. Aunque, siendo sinceros creo que todos ante tal grito, absurdo e ilógico por parte de una masa asquerosa cuya afición es tocar los huevos, hubiésemos hecho exactamente lo mismo.

Los flases siguieron saltando como cuando pones la televisión quizás un programa como el "juego del calamar" y las luces, pese a la severa advertencia de esta misma para que los epilépticos no miren, comienzan a parpadear sobre sí mismas con intensidad. Esto era exactamente lo mismo, podría decirse que la guerra comenzaba y que por más que Katie intentase con todas sus fuerzas zafarse de ellos, eran demasiados. Y yo, personalmente no tenía la experiencia suficiente para ayudarla. A duras penas conseguimos salir de allí, con alguna ayuda de algún fan que, ni corto ni perezoso, empujaba a las ratas de cloaca para alejarlas lo máximo posible de Katie.

Era, sin duda, una de las peores situaciones, que, en mis veintiochos, jamás hubiese querido vivir. A nadie le importaba como hacía sentir aquella situación, a la morena que muy lejos de mostrar esa cara dulce, esos ojos con cierto brillo, mostraba una dureza, que, personalmente, me provocaba estar callada a su lado.

Caminaba tan ligera, que seguirle el paso, me era bastante complicado, pues, a pesar de mis costumbrismo por ir a todos los lugares corriendo, Katie parecía querer correr la última maratón, y encima, pensando quizás, que me soltaría, muy lejos de la realidad, me mantenía con ella, tan sujeta que apenas podía pensar, o, tan siquiera, imaginar alguna estrategia para zafarnos de allí lo antes posible.

Llegamos a la ciudad muy rápido. El cielo estaba completamente encapotado, amenazan con una gran tormenta que se aproximaba a una velocidad, difícil de imaginar. Katie, que no paraba ni un solo segundo, ni siquiera para mirarme a mi, se acercó a su coche y abrió mi puerta. Con mucho cuidado y dejándome el tiempo necesario para subir las piernas, cerró bruscamente, paso por delante de este mostrando nuevamente, su rostro apagado y enfadado, abrió su puerta y se sentó, con tanta fuerza que el coche levemente se movió, un poco. Nos pusimos el cinturón y comenzó a conducir, aunque, por suerte, su enfado no se mostraba en la velocidad.

Quise acercarme, tocarle la mano e intentar, calmar su rostro cansando, no lo hice, fue un pensamiento fugaz, como cuando piensas algo y de repente se te va la idea, quizás por que se te olvidó, o, porque piensas que es una pésima idea.

Me llevó hasta mi casa, la mujer, estaba tan sumergida en sus pensamientos que al bajarme no me miró, tampoco lo intento. Así que hice lo único que se me ocurrió, camine despacio por delante del coche para llamar su atención, o, al menos, intentarlo. Katie apretaba sus manos pálidas contra el volante, sus nudillos estaban completamente blancos por la presión. Asome mi rostro por la ventanilla, Katie después de un rato cedió, me miró con cierta tristeza.

—Se que no es el mejor momento, pero... ¿porque no te quedas Katie? Aquí nadie te encontrará.
Soñé tan decidida que hasta mi propio cuerpo se impresionó, creo que Katie también, pues levemente movió la cabeza, hecho marcha atrás y aparcó el coche en el garaje que tenía, y que, por supuesto, yo no usaba.

Deje entrar a Katie primero, para que al menos aclamara su ansiedad y así pudiese relajarse con un baño. Le enseñe toda la casa lo más rápido posible, solo para que supiera dónde estaba cada cosa, porque aunque ya había estado en mi casa, muchas cosas, no las vio. Su pequeño galgo se quedó conmigo.

Le preste ropa, un pequeño pijama que a mi, no me valía porque faltas de estatura, lo dejé justo donde dormiría ella, en la habitación de invitados, aunque personalmente, deseaba dormir con ella, quizás, no era el momento apropiado.

A los pocos minutos, quizás diez, Katie salió de la ducha con el mismo rostro apagado con el que entró, estaba claro, aquella situación le había afectado demasiado. No por ello, me quedaría ahí sentada sin hacer nada, Oisin ya había comido, y yo, esperaba pacientemente con mis manos apoyadas en la madera, junto a dos platos de pasta que había preparado. Katie miró un momento la mesa, tenía el pelo empapado y las pequeñas gotas, se deslizaban por este hasta caer al vacío. Llevaba un albornoz que le había prestado, de hecho, el único que tenía.

Se acercó y apoyó sus manos en la madera de la silla, la deslizó y se sentó frente a mi, no dijo nada, quizás porque sabía que no hacía falta, cogió el tenedor y comenzó a comer, acto que seguí, pues estaba hambrienta.

—Siento no poder hablar, me siento algo confusa con lo que ha pasado hoy.
Insisto, su voz era una sensación tan amable y carismática, que todos los males se pasaban de largo.

—Toma el tiempo que necesites, aquí siempre eres bienvenida. —Sonreí, sonreí como un niño que solo intenta ayudar.

—Lo sé, creo que no tengo palabras para decirte como agradezco todo lo que estás haciendo, y, como estás aguantando. —Se llevó otro pedacito a la boca, la salsa, goteaba. —Por fin después de vernos varias veces, te beso, puedo acariciarte, puedo incluso, recordar como hueles, y, sin aviso vienen todos a joderlo, simplemente, porque pueden, no quiero que tengas que vivir eso, pero, tampoco quiero alejarme de ti, quizás deba ser egoísta. —Hablaba tan despacio, que cada palabra parecía un puñal atravesando la carne pálida de mi propia piel.

Tras ver mi rostro y como mis palabras no podían salir porque simplemente no existían, se levantó, se acercó y acarició la mano que hacía sobre la mesa. Me acarició también, con mucho cuidado, el mentón para levantarlo un poco, me hizo mirarla, me hizo también, expresar mis emociones a través de mis propios ojos, los cuales, no sabían que decir. Esperando una respuesta que no iba a llegar y Katie, lo sabía muy bien, se acercó a mis labios, pero, antes de besarlos, cerró los ojos y junto nuestras frentes. Como si de una droga se tratase, el simple olor que desprendía, su aroma tan especifico, anestesiaba mi cuerpo. Una vez se seto de hacerme sufrir y provocar temblores en mi cuerpo que jamás había experimentado, sentí la carnosidad de sus labios sobre los míos, besos suaves y delicados junto unas caricias que provocaban que mi piel se erizara, introdujo su lengua, haciendo que mi cuerpo se levantara de golpe, que mis manos viajaran por sus caderas, y que el breve impulso, por no pensar, la dejase sentada en la mesa y yo entre sus piernas.

 Una vez se seto de hacerme sufrir y provocar temblores en mi cuerpo que jamás había experimentado, sentí la carnosidad de sus labios sobre los míos, besos suaves y delicados junto unas caricias que provocaban que mi piel se erizara, introdujo su ...

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𝑺𝒊𝒏 𝒒𝒖𝒆𝒓𝒆𝒓 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora