XXI

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Hacía ya semanas que no veía a Katie, la presión social se hacía notar, y, los paparazzis no paraban de perseguirme allá por donde iba. Aunque quizás, eso, era lo de menos, echaba de menos a Katie, su aroma en el ambiente había penetrado de puertas para adentro, y, era un olor tan especifico, que, incluso con semanas, se había quedado. Aunque, a decir verdad, pensé que vendría, que en algún momento, así como en las películas, ella aparecería. Tristemente no fue así.

Tampoco se paso por la cafetería, trabajo que aún mantenía. La presión social se palpaba en aire, el ambiente cargado a, personas que se hacían llamar amigos, para así, entrar en el círculo más cercano de Natasha, Jhose, Katie y mío, era más que evidente, por ello, personalmente, tiene que tomar medidas drásticas.

Entendiendo muy bien, que Katie no volvería y que, por mucho que me doliera debía hacer lo correcto, camine por el aeropuerto de los angeles, en busca de algo que me hiciera retroceder y darle otra oportunidad a esta gran ciudad, que, en tan poco tiempo, había amado con tanto cariño. Volver a España, significaba fracasar, sentimiento que jamás compartí, nunca fui una persona de fracasos, al contrario, siempre fui, una persona de logros, porque jamás, me rendía. Pero, esta vez, con tantas personas involucradas, personas que me importaban, personas que, no habían hecho nada malo, al contrario, me habían abierto las puertas de sus casas, me habían ayudado y siempre estaban ahí, por ellas, debía fracasar.

Me senté en una pequeña silla metálica donde, tan cerca, y al mismo tiempo lejano, se podían ver los grandes ventanales, y por ello, a los aviones colocarse con delicadeza. También se podían observar a los trabajadores, igual que a las personas que, sin mucho ánimo, marchaban hacia el avión. No se porque pero siempre, pasa eso en los aeropuertos, un aura de tristeza penetra en tus sentimientos, es como un adiós nunca dicho, o como si esas culturas, personas, edificios etc... no se hubiesen despedido. Es extraño si, pero es un sentimiento que, ciertamente comparto.

—Te vas así... sin ni siquiera despedirte.
Como el destino es una sábana cruel que, aparece cuanto menos, y en el momento menos indicado, esa voz, junto esas palabras, fueron más que suficientes para traerme de nuevo al mundo. —No debió suceder así.

Y, aunque la tristeza amarga que me atravesaba la garganta, se me estaba haciendo bola, solo verla fue suficiente, para lanzarme a sus brazos. Un abrazo que hacía días hubiese necesitado para, simplemente, ahogar todo aquello que me estaba matando. Sentí su agarre, un agarre que, decía mucho más que con las palabras, probablemente, ella, sería incapaz. Besó mi mejilla, dejando un poco de humedad en esta, no era de sus labios.

Acurrucó mi cabeza en su pecho y, con una voz tan suave, pero, algo temblorosa, como si esto, le doliera más que un dolor físico, habló. —No debiste decir que no éramos nada, me dolió, no puedo mentirte.

—Lo siento yo...

—Sshh...
Besó mi cabeza acurrucándome de una forma, tan protectora, tan dulce, que no pude más, las lágrimas comenzaron a salir. Agarró mi mentón, y lo levantó un poco. —Es muy difícil, lo sé... —Miró mis ojos que, al igual que los suyos, estaban hinchados. —No quiero que te vayas, no es algo que desee, te quiero demasiado.

La bese.

La bese

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𝑺𝒊𝒏 𝒒𝒖𝒆𝒓𝒆𝒓 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora