Capítulo 17

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Jimin

Jimin no podía recordar la última vez que había visto la luz. Semanas. Meses. Su piel picaba, sus músculos temblaban, su cuerpo se estremeció alrededor del cascarón en el que se estaba convirtiendo. Su mente también. Pensó, incluso de forma estúpida, que la reina lo llevaría de vuelta a su cuarto, lo ataría con cuerdas de cuero y sería como la vez anterior. Sería parte de su harem y estaría más cerca de ella que nunca. Pero eso no había sucedido. En su lugar, lo había encerrado en un lugar oscuro, un lugar helado, en un lugar parecido a una mazmorra, solo que esta vez el príncipe no vino. Nadie lo había hecho. Y con cada segundo alejado de la luz y la vida, Jimin sintió que su fuerza se marchitaba y ocultaba en su interior.

Cuando los dragones finalmente vinieron, apenas podía mantenerse alejado del pantano en el que se había convertido su mente. Unas manos lo empujaron y tiraron de él —cada toque se sentía como un peso sobre él— y no podía encontrar la fuerza suficiente para luchar. Se dio cuenta que ellos podrían hacerle lo que quisieran y él no podría detenerlos. No podía levantar una mano para suplicar ver a la reina, para al menos dejarle esa última oportunidad de matarlo.

Nelya tenía razón. Ya no era Jimin de la Orden. Ahora era el fantasma de una cosa. Sufría por la falta de luz, por sentirla en su piel, por respirarla y dejar que lo inundara y así supiera que seguía con vida y que esta no era una vida hecha pedazos.

Un drakon le quitó sus grasosas prendas y lo guió en una caminata hacia el baño. El agua tibia aceptó con entusiasmo sus caderas. El vapor giraba a su alrededor y se preguntó si los hombres también eran vapor, ¿o eran reales? Se movían como el humo. Unas manos lo rodearon, acariciándolo, quitándole la mugre de su piel, deambulando íntimamente a su alrededor para no olvidar ni un solo centímetro. Pensó brevemente en la vieja dragona, Nari, y cómo una vez él la había detenido para que no lo tocara. En ese entonces era diferente. Él era diferente. Tenía un fuego en su interior. Pero la prisión había apagó la luz.

—Tiene lindos ojos. —El rostro del drakon fue todo lo que de pronto pudo ver. Sus ojos eran dos rendijas, como los de una serpiente y amplios por el deseo.

Jimin recostó su cabeza contra el borde del lago y cerró sus ojos. Que lo tuvieran. El agua hizo un chapoteo. Unas manos acariciaron su pecho, cayendo sobre sus caderas y audazmente lo masajeó entre sus piernas. Sus pensamientos también vagaron, el pensamiento del toque de alguien más, hace tanto tiempo, en Damhee y cómo ambos reían con sus cuerpos unidos. Él le quitaba las hojas de su cabello y ella lo besaba en los labios… No, ese no era él. Esa era la vida de alguien más, alguien con un propósito, un hombre orgulloso y fuerte. El recuerdo de Park Jimin.

Mata a la reina.

Hasta que esté hecho.

Él había vivido por la Orden. Ahora era una cáscara vacía, un fantasma sin propósito.

La mano del drakon lo acarició, un avivante calor despertó en su estómago, descendiendo y no pudo pensar en el placer de sentir algo, cualquier cosa. El drakon avivó su llama, usando su pulgar para recorrer su largo y grueso miembro. Jimin podía envolverse en ese calor. Había pasado tanto tiempo desde que alguien lo había tocado. Tanto tiempo, que había temido haber sido olvidado para siempre.

Sus pensamientos vagaron a algo importante que tiraba de sus nervios. La mano del drakon se contrajo a su alrededor, el placer palpitó y Jimin se arqueó ante su agarre. Esto estaba mal. No estaba aquí por esto, por ellos. Había otra razón por la que estaba aquí… una que casi había perdido en la oscuridad. Era importante. Lo era todo. Si solo pudiera pensar…

El drakon se puso a horcajadas sobre sus muslos, tomó su miembro y comenzó a sentarse sobre él.

Alto.

Elfo Y Dragón #1 Kookmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora