Capítulo 34

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Jimin

Jimin se infiltró a las fronteras de los bronce como un hilo por el ojo de una aguja. La luz de las antorchas alumbraban las torres de guardia, señalando los lugares que debería evitar. Avanzó con rapidez, trepando los muros empalizados hasta la formación de las picas de hierro. Volver sería muchísimo más difícil.

Se agachó sobre el borde en lo alto del precipicio para minimizar su silueta y se inclinó hacia delante, observando la vasta oscuridad. El viento levantó su cabello, enfriando su rostro. Noventa metros abajo, nebulosas olas chocaban con furia contra rocas afiladas. Y era ahí donde necesitaba estar. Frente a sí, el horizonte desaparecía en la penumbra de un océano tan negro como la tinta. Había preferido contar con la luz de la luna llena, pero no había esperado irse tan pronto. Y solo. Pero ya estaba ahí. No había vuelta atrás.

Colocando el montón de dientes sobre su hombro, pasó una pierna por el borde del acantilado, probando su equilibrio en una cresta sobresaliente y comenzó el lento descenso. La sal secaba el aire frío, partiendo sus labios y raspando su garganta. Las olas chocaban y retumbaban como gruñidos de bestias hambrientas, que esperaban tragarlo si caía. Pero esto era tan sencillo como trepar a las copas de los árboles. Nada que no pudiera manejar. Solo tenía que agarrarse bien.

El viento le revolvió hebras sueltas de su cabello, haciéndole cosquillas en su mejilla como si le susurrara que se rindiera y que cayera. Se agarró con más fuerza a las piedras y rocas, y siguió descendiendo. El sonido de los dragones acribillaba la tranquilidad, sus chillidos penetrantes y repentinos, pero distantes. No lo verían, no mientras estuviera unido a las rocas. Ya cerca al pie del acantilado, el sonido de las olas ahogaba los chillidos, aunque aún podía ver sus siluetas que cubrían el crepúsculo del cielo.

Jimin prefería los bosques. Los precipicios proveían un escondite casi nulo, con solo un puñado de zarzas colgantes por las hendiduras verticales de las rocas. Finalmente, con los brazos y las piernas compungidas, llegó hasta la playa, ajustó el manojo de dientes y la espada otra vez, y caminó sobre los peñascos, dirigiéndose hacia abajo, a la costa más estrecha de la playa.

Los escombros estaban esparcidos por casi todo el camino. Enredos de cables y grandes pedazos de metales oxidados. Extraños restos de máquinas humanas destruidas, tan corroídas que no tenían forma alguna. Los restos parecían más grandes desde ese lugar, expuestos sobre las rocas, a diferencia de los monolitos sobresalientes enterrados por el suelo del bosque, pero estos extraños y retorcidos monumentos ofrecían mejores escondites.

Se sentó en una roca, mirando el horizonte. Luces titilantes alumbraban ocasionalmente más allá del mar. Había oído que la distancia era de veinte millas de costa a costa. Alguna vez los mensajeros habían navegado alguna vez esa distancia. Pero nadie lo hacía desde hacía décadas.

Observó esas luces lejanas parpadeantes. Parecían estar más cerca que a veinte millas. ¿Quizá eran barcos humanos?

Si comenzaba a viajar y seguía las luces, podría llegar en la mañana.

El rugido de un dragón estremeció el aire, tan fuerte que Jimin presionó sus manos en sus oídos y se metió en una pequeña abertura, apegándose a la roca lo mejor que pudo. Rocas y guijarros saltaban con cada pisada. Se estaba acercando. Vio primero el hocico; una enorme nariz con dos largos bigotes y una sonrisa de afilados dientes descubiertos, eran las versiones más grandes de los picos que tenía en la espalda. Sus ojos estaban entrecerrados, como si tuviera algo en la mira. Estaba merodeando, sus escamas verdes estaban tan cerca que Jimin casi podía estirar su mano y tocarlas. El olor a agua salada y algas marinas apenas ocultaban su esencia, pero aun si el dragón lo había olido, lo podría confundir con un pino. Lo que no podía ocultar era el golpeteo incesante de su corazón. Afortunadamente, el sonido de las olas lo hacía por él.

La bestia era enorme, con una orgullosa corona completamente desarrollada y altísimas crestas traseras. Las de su espalda eran más altas, donde las escamas eran del tamaño de una mesa, el color brillaba como en el interior de una concha. Su color indicaba que era de los gema. No era un bronce y estaba muy lejos de la torre. En verdad todos estaban descontrolados por la muerte de la reina.

Jimin esperó un rato hasta que la cola se perdió de vista y los gruñidos retumbantes se desvanecieron, antes de asomarse fuera de su escondrijo. Puede que la bestia estuviera enroscada entre las rocas, esperando. Jimin no lo habría podido ver hasta tenerlo de frente. Las olas que restallaban y los ecos que lograban hacer hacían de la playa un lugar verdaderamente peligroso.

Acomodando el bulto que cargaba y palpando su espada, miró detenidamente a la playa y se detuvo, mirando de vuelta al acantilado, donde una cortina de vides y malezas ondulaban en el aire. Casi escondida por completo, la boca de la cueva se abría ante él. Con la marea alta, desaparecería por completo. Era una forma de entrada y probablemente de dónde había venido el dragón. Sería un tonto suicida si se aventuraba dentro. Si los dragones no lo encontraban, las olas lo ahogarían. Aún así, marcó el lugar en su mente como un posible punto de acceso y se dirigió hacia donde las olas se rompían, mojándolo a él y el aire con agua salada.

Una entrada así, ¿justo hacia el corazón de la guarida? Si tan solo pudiera llegar a los humanos, exponer la entrada… El agua fría lamía sus rodillas y luego se alejaba, tratando de arrastrarlo consigo.

Una ráfaga de aire cálido y húmedo lo golpeó desde atrás. Se quedó helado, sus oídos punzaron, escuchando por fin el sonido galopante de su corazón.

Las luces más allá del mar parpadearon, burlonas. Estaban tan cerca

El viento cambió de dirección, traído por las olas que volvían a golpear sus muslos, y con eso, vino el abrumador olor a dragón.

Estaba detrás suyo. Tan cerca que su piel hormigueaba. Si giraba solo vería su destino devolviéndole la mirada con ojos de fuego.

Jimin huyó. Dio tres pasos antes de que la garra cayera en él, aplastándolo contra el agua. Jadeó, tragando el agua y sujetándose de las rocas o de algo de lo que pudiera sostenerse. Una ola lo golpeó, o quizá era una garra. Su cabeza crujió contra la roca. Jadeó de nuevo, tragando más agua. Fue entonces que su espalda dejó de sentir el apremiante peso. Empapado de agua, salió de la superficie, se dio vuelta y lo vio, su enorme rostro a solo centímetros del suyo. Sus ojos dorados lo miraron fijamente, las pupilas verticales se ampliaron como si pudieran arrastrarlo dentro de ellas. Eran lo suficientemente largas para poder hacerlo. Era un bronce. Más grande que el gema, con las escamas parecidas a discos pulidos.

Una ola golpeó a Jimin en la espalda, empujándolo más cerca de la hilera de dientes. Su mente buscaba escapar. Si tan solo lograba hallar las aguas profundas podría huir, pero el estanque en el que estaba medía centímetros, lo suficiente para ahogarse, pero no para esconderse. Y aún así, el dragón lo vería.

El dragón se irguió, inflando su pecho y ladeó su cabeza juguetonamente.

¡Corre!

Metió las botas en la arena lodosa y se contrajo en posición trasera, esperando poder moverse a otro lado, pero las olas lo volvieron a empujar, atrayéndolo más de cerca, y el movimiento pareció producir placer en los ojos del dragón, haciéndolos más grandes. Su mandíbula se abrió, sus dientes resplandecieron y Jimin tuvo la vista directa de su esófago, la misma imagen que Nelya debió haber visto en sus últimos momentos.

Una ola repentina rompió contra las rocas y se coló por los costados, su repentino poder chocó contra el bronce, tirándolo al suelo en un instante.

Jimin parpadeó.

No era una ola.

Era otro dragón. Cerró sus fauces sobre el cuello del bronce y lo arrastró violentamente a un lugar más arriba de la playa, lejos de Jimin.

El bronce chilló; sobresaltado, Jimin se apresuró y echó a correr. No se detuvo, ni miró atrás. Solo corrió, hundiéndose en las aguas más profundas hasta que las olas se estrellaron contra él y lo arrastraron lejos de los sonidos de los chasquidos de dientes y aullidos lastimosos.





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Elfo Y Dragón #1 Kookmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora