Capítulo 7 Cartas

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Una taza de chocolate caliente con malvaviscos y una manta de lana era lo que Anna más deseaba en ese momento, pero para su desgracia se encontraba en medio del bosque, cabalgando sin rumbo fijo en busca de su hermana.

¿Qué estará haciendo Hans? —se permitió pensar— seguramente está haciendo algo increíblemente heroico o algo increíblemente tierno, cómo arropar a los niños mientras les lee una historia para menguar su angustia del invierno. Soltó un suspiro al pensar en él.

Luego Elsa vino su mente, y por fin comprendió porque sus padres las separaron de niñas, comprendió que todo lo habían hecho para protegerla de los poderes de su hermana, sin embargo, al tratar de protegerla también la lastimaron emocionalmente. Ambas habían crecido encerradas en el castillo sin mirar más allá y eso le hacía sentir cierto miedo al exterior pues no estaba acostumbrada a arreglárselas por sí misma, ni siquiera conocía los caminos por dónde andaba, no tomó la previsión de llevar un mapa o un guía.

—Todo esto pudimos evitarlo si hubieras hablado conmigo, Elsa —decía para sí misma—. ¡Pero no! preferiste ocultarme tus poderes y ahora me estoy muriendo de frío —renegó, abrazándose a sí misma.

En ese momento su caballo se detuvo y comenzó a relinchar con nerviosismo.

—¿Qué pasa?

La joven puso en alerta todos sus sentidos y comenzó a mirar a su alrededor, lo poco que alcanzaba a vislumbrar en la escasa luz que daba la luz de la luna, eran sombras de algún animal rondando detrás de los árboles a su alrededor. De pronto un escalofrío recorrió su espina dorsal y sus ojos se abrieron con miedo. Intentó que su caballo retomará su trote pero este en cambio hizo un movimiento brusco tumbándola al suelo y echándose a galopar lejos de ella.

—¡No, no, no! —gritó, pero no sirvió de nada.

Pronto comenzó a escuchar un gruñido, como pudo se levantó y buscando entre la nieve tomó una vara de madera con la cual se defendería, aunque en el fondo sabía que no le serviría de mucho.

De repente un enorme animal con orejas puntiagudas, un gran hocico lleno de filosos dientes, patas enormes con garras filosas, un pelaje abundante y negro, dos grandes ojos amarillos con pupilas dilatadas y una larga cola salió de entre los árboles gruñendo y pasando la lengua por sus dientes, como si ya pudiera saborear a su presa.

Anna tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para reprimir sus ganas de gritar, comenzó a retroceder despacio, controlando el pánico mientras el animal le miraba fijamente sin moverse, solo esperando el momento de atacar.

—¡Hey! ¡Ven aquí! ¡Lobo, lobito! —dijo una voz masculina a lo lejos.

El lobo se giró hacia un joven rubio que se acercaba a gran velocidad en su trineo y Anna aprovechó el instante de distracción para dar media vuelta y correr tan rápido como sus piernas le podían permitir. En ese momento el cansancio y el frio pasaron a segundo término, solo pensaba en huir.

La joven corría escuchando los gruñidos del animal detrás de ella y de repente escuchó la voz del joven gritando de dolor, dio un vistazo rápido hacia atrás y pudo observar cómo eran perseguidos por varios lobos hambrientos y casi lograban tirar al joven del trineo pero este se resistía.

Luego de un rato de persecución, el trineo se alineó con la princesa y Anna vio algunos rasguños en el rostro del hombre.

—¡Salta si quieres vivir! —le indicó y aunque ella se lo pensó un poco, finalmente dio un salto hacia el trineo, cayendo boca abajo en el regazo del chico.

La princesa se sonrojó y rápidamente se sentó, con el corazón palpitando fuertemente, pues aún eran seguidos por los lobos.

—¿Qué vamos a hacer? ¡No se rinden! —le preguntó al muchacho mirando hacia atrás la gran manada de lobos que le seguían.

El Frío de tu corazón (Helsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora