Capítulo 1

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Veo la flecha clavarse en el centro de ese círculo rojo con un 10. No puedo evitar la sonrisa en mi rostro.

—Trisha, con esa técnica y puntaje ya deberías estar en las olimpiadas.

Me sobresalté al no escucharla llegar, al verla está con su conjunto deportivo blanco, se había vuelto típico de ella. Una sonrisa alumbra su rostro, su sonrisa nunca cambió a pesar de ya no ser mi maestra.

—Ya sabes que las competencias no son lo mío —dije mientras me quito la dragonera.

Mi mirada se dirige hacia la ventana, estaba tan concentrada que no había notado que ya había oscurecido.

—Eso lo sé, pero no pierdo la esperanza de que algún día aceptes, tienes que hacer notar tu talento.

—Me da mucho mérito, mi talento es práctica. Llevo en la arquería desde los 12, y ya tengo 19, sería vergonzoso que después de tantos años no lo hiciera perfecto —terminé de quitarme el peto para guardarlo en mi mochila.

La verdad recibir halagos nunca se me ha dado bien, cada vez que lo hacen les quito importancia.

—¡Ah! Casi lo olvidaba, felicitaciones por entrar a la universidad. Tu madre me contó que pasaste a diseño de modas, aún recuerdo como en los descansos dibujabas vestidos en tus libretas.

Tomé mi mochila, y acepté su abrazo gustosa. Su emoción se siente al apretarme y no puedo evitar contagiarme.

—Gracias, estoy realmente emocionada, y un tanto nerviosa, ya quiero tener mi primera clase. —ella esbozó su típica sonrisa.

—Ya es hora de que vayas a casa, es tarde —me dice preocupada—, ¿está todo bien? Siempre que practicas hasta tan tarde es porque algo te preocupa. La universidad no es tan compleja si la carrera te gusta, sé que te irá bien. —empezamos a caminar juntas hacia la salida.

Odio preocuparla, ella no merece estar siempre angustiada por mí, me recuerda a mi madre. Las dos siempre me han intentado ayudar, sin embargo, ese vacío nunca se va.

—Todo está bien, no te preocupes. Solo hoy se me hizo tarde para practicar —le doy una suave sonrisa—, nos vemos la próxima semana.

Las dos nos despedimos, y su sonrisa nunca abandona su rostro. Giro en la esquina así dejándola de ver, las calles están iluminadas por los faroles y hay pocas personas afuera.

Hoy me persigue ese sentimiento de vacío, realmente no recuerdo un solo segundo en el que se haya ido. Sólo que hoy está mezclado con un presentimiento, esto ya me ha pasado más veces de las que puedo contar. Es como si esperara algo diferente, o como suelo creer, la espero a ella. Es agotador esperar un cambio que nunca llega, no importa la esperanza, ni la fe, todo sigue igual.

Paso al lado de un callejón, sin embargo, algo me hace detenerme. Me devuelvo sobre mis pasos y quedo en la entrada de éste, algo llama mi atención: Hay una persona en el fondo, no logro verla bien. La luz de farol no llega hasta allí, las alarmas en mi cabeza suenan, pero mis pies tienen otro plan, la adrenalina en mi sangre es lo que me mueve. Me acerco con lentitud y escucho una voz que me deja petrificada.

—Te encontré —afirma la voz silenciosa.

La reconozco y eso es lo que más me asusta, la conozco tan bien como mi propia voz.

—¿Quién... ¿Quién eres? —aclaro mi garganta al sentir mi tartamudeo.

Escucho los pasos pesados, cada vez más claros al acercarse. La luz del farol llega primero a sus botas y por último al resto de su cuerpo.

—Las dos sabemos que sabes quién soy —la seguridad desprende de sus palabras con facilidad, su rostro tiene una sonrisa tan conocida, esa confianza en sí misma, y que ví desde los cinco años.

La Princesa Impostora (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora