Capítulo 12

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 Los grilletes se adhieren con espinas a mis muñecas, muerdo mis labios hasta sacar sangre ante el ardor. Un desaliento me invade que me hacer ver puntos blancos, pero esta debilidad ya es conocida, igual a como me sentía con el collar, con mi poder reprimido.

—Su majestad, princesa. —Dice con calma la voz detrás de mí a forma de saludo.

Es una mujer por lo que puedo reconocer en su tono de voz, quita la espada de mi garganta cuando los grilletes en mis muñecas están asegurados. Escucho como guarda su espada en la funda, se aleja de mí y camina hasta quedar en el centro de las dos, pero con una distancia prudente.

Una capa negra cubre su cuerpo y rostro, solo es esta ella sola y no sé si eso me alivia o preocupa. Sus manos pasan por la capucha negra y la aparta, dejando por fin ver su rostro. Su rostro es de una mujer, acertando mi teoría, hay pequeñas arrugas en su rostro, pero estas no parecen ser causadas por la edad, ya que ella no parece pasar de los 40.

—¿Quién es usted? —Pregunta Zenobí desconcertada, esta igual de confundida que yo.

El rostro de la mujer se deforma al escuchar la voz de Zenobí, parece querer lanzarse al cuello de ella. Veo como sus puños se cierran hasta volverse blancos, su mirada se ve desquiciada.

—Su majestad, usted no me conoce, pero yo sé todo sobre usted, la conozco más que a mí misma. Mi rostro es olvidable, pero el suyo jamás. —Declara con un temblor perturbado.

Intento mover mi mano para alcanzar mi daga, está esta escondida debajo de mi vestido, asegurada en mi pierna. Esta vez no tengo éxito, la mujer es más rápida y ágil, su espera ya está desfundada y su punta amenaza directo mi cuello, ni siquiera tuve oportunidad de rozar mi daga.

—Princesa no se lo recomiendo. —Advierte con voz seria, ella se ve segura de que ninguna de las dos puede contra ella.

—Déjala-. Ordena Zenobí con fuerza, una que solo tiene una reina.

La mujer no parece importarle la orden de Zenobí, la ignora con simpleza. Su mirada está fija en mí, sus ojos me dan escalofríos, estos se ven trastornados en dolor.

—Princesa Trisha. —Me llama con seguridad. —Es un honor tener la oportunidad de conocerla.

Zenobí se congela ante la mención de mi verdadero nombre y yo solo puedo imitarla, el pánico me nubla haciéndome temblar. Busco entre mis pensamientos su rostro, pero no hay nada y esto me desespera aún más.

—Kaela escucho mis plegarias. —Menciona agradecida. —Todas las noches rogué por su regreso a Kegesha.

Quedo perpleja ante sus palabras y la angustia hace que mi corazón se acelere. Ella se acerca a paso lento hacia a mí, quiero alejarme, pero el lago esta justo detrás de mí. Sus manos toman mi rostro con cuidado, se acerca hasta un punto en el que siento su respiración chocar con mi mejilla, observa con detenimiento cada minúscula parte de mí rostro.

Mi reojo capta a Zenobí sacando una daga en silencio de su corset, quise gritarle que se detuviera, pero si lo hago ella lo notara. Rezo a Kaela, le pido a cualquiera que me escuche que la mujer no escuche a Zenobí.

Mis plegarias no son escuchadas, la mujer me suelta con rapidez y se voltea hacia Zenobí, todo pasa con velocidad, sin dejarme tiempo de intentar algo. La mano de Zenobí que sostenía la daga es cortada por la muñeca en un movimiento ágil de la mujer, es un corte limpio que deja la espada con pocas manchas de sangre. La sangre salpica el rostro de Zenobí y desde su muñeca salen chorros que se derraman en su vestido, está no parece querer parar.

El silencio predomino durante unos segundos, hasta que los alaridos dolorosos se escuchan salir de Zenobí. Lleva su mano buena a su muñeca cortada intentando detener la hemorragia o el dolor. La mujer ni se inmuta por el dolor de Zenobí, solo guarda su espada otra vez sin importancia.

La Princesa Impostora (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora