Capítulo 13

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Kaela ruego porque salves a Helder, por su bienestar y porque despierte, pero te imploro que ante todo él sea el único que sobreviva.

Arrodillada en el suelo de este santuario, suplico mentalmente con mis rodillas frías y mis manos entrelazadas entre sí, desconociendo sin saber si esto realmente hará una diferencia o no.

Mi mirada está fija en la estatua de la mujer, esta ocupa todo el centro del santuario. Un simple, pero largo vestido cae por su cuerpo como cascada al igual que su larga melena, no trae joyas, ni accesorios que la hagan ver presuntuosa. Siendo así, su rostro lo que más llama la atención con una expresión pacífica, su belleza es etérea e imponente, contiene una gracia única de un dios.

Kaela; la diosa a la que todos le piden en Kegesha, la unica y la más poderosa. La que dividió la tierra y escondió Kegesha por su protección, la madre de las seis familias, de su sangre viene nuestra sangre y así el nacimiento de nuestro poder.

¿Si me hubiera criado en Kegesha, estaría acostumbrada a pedir a Kaela? No lo sentiría tan extraño como en este instante, se siente desconocido, como suplicar a la nada misma.

Cuatro días han pasado desde la muerte de Zenobí, desde que la noticia se regó por todo Kegesha. Estos días han pasado en instantes y todo ha pasado con rapidez, que no recuerdo que día exactamente llegamos a Kalaria.

Lo único que sé es que desde que llegamos las pesadillas me atormentan en las noches; el olor a la sangre, el sonido del filo de la espada y las últimas palabras de Zenobí me hacen despertar con lágrimas en los ojos y un grito retenido en mi garganta.

Zafir siempre está ahí en las noches, me abraza en silencio en forma de consuelo, veo lo afectado que se encuentra por mí sentir, pero eso hace que se sostenga con más fuerza hasta que vuelva a quedar dormida.

El silencio de Zafir estos días me tranquiliza, pero no me agrada, sé que sospecha de que ocultó algo, la mirada que me ofrece en el día me inquieta. Es él único que desconfía de mi relato, buscando que me contradiga cada vez que cuento lo sucedido. No me deja sola, siempre siguiéndome con cautela, pero cada vez que lo confronto, finge que todo está bien.

Por otro lado, los demás me dan su pésame con lástima, nadie desconfía de mí, ni Gerard. Este no ha salido de su alcoba desde que llegamos, comiendo en esta y no dejando ver su rostro ni una sola vez, por ende, Adina y yo nos tuvimos que hacer cargo de organizar el funeral.

El funeral, este que se lleva a cabo el día de hoy, con todos los preparativos ya listos, las cuatro familias llegarán en la tarde justo para ver el entierro de Zenobí. Seguiremos las tradiciones de la familia Asttey, primero haremos el recorrido siguiendo el cuerpo de Zenobí en el ataúd de cristal por Aesttley, la capital. Esta tradición se creó para que el pueblo compadezca al rey o reina tocado por la muerte, pidan por su descanso eterno a Kaela y que demuestre también que la familia real es igual a cualquier persona de su pueblo, los dos se pueden herir y los dos pueden morir.

Adina y las demás sirvientas me arreglaron como una muñeca de trapo para el funeral, nada muy diferente a los anteriores días. El vestido es negro con una amplia falda, no tiene ningún detalle, solo es lizo en una tela de satín, lo acompañó con unos guantes negros hasta los codos y una Diadema con un velo qué cubre mi rostro, éste es del mismo color del vestido.

Enciendo una vela de color áureo y la acomodo en el altar debajo de la estatua, aun arrodilla en el santuario. Mis plegarias siguen, el nombre de Helder es lo que más se repite en ellas.

Zafir ha recibido una carta sobre la condición de Helder y del otro guardia, solo fueron ellos dos los únicos sobrevivientes del ataque. La carta no traía las mejores noticias, ya que los dos siguen luchando entre la vida y la muerte.

La Princesa Impostora (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora