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No la conocía en realidad, quizá en algún evento pero no estaba segura, lo que sí sabía era que ese hombre solo tenía una hija y era la menor. ¿Qué estaba pasando ahí?

Él rio de forma cínica, luego posó su atención en ella, su mirada era reflexiva.

—Las cosas cambiarán, ya es tiempo —susurró para enseguida entrar a su apartamento cruzando las enormes puertas corredizas.

Maxime respiró un par de veces y rodó los ojos, a ella qué más le daba. Tomó su copa, apuró el resto y cuando quemó su garganta, entró también.

Él ya no estaba. Así era; de pocas palabras si no tenían que ver con algo respecto a lo único que le interesaba: sus negocios y para ese momento ya habían terminado.

Abrió el elevador, conocía la salida a la perfección, así como a cada uno de los escoltas de Craig.

—Dile a Kasha que siga investigando con discreción, pronto podrá hacerlo sin restricciones —escuchó que le decía Kylian. No lo veía desde su posición, seguramente estaba en las escaleras, pensó. Sonrió torciendo la boca.

—Sí, mañana se lo comentaré —confirmó cuando las puertas se cerraban.

Así que esa chica solo sería parte de las trampas que Craig sabía colocar con maestría para asegurar que el único ganador fuese él, comprendió. Durante un segundo sintió pena por ella y deseó que, de alguna manera, la vida le pusiera un freno.

Luego sacudió la cabeza, a ella qué más le daba, acaso no eran iguales y sino, sí muy parecidos.

*

Samantha se sentía culpable, no imaginó ni por un momento que Cash se soltara a llorar en el restaurante de comida tailandesa que él mismo había propuesto, ella no la soportaba, pero quiso darle gusto.

Sin embargo, todo salió mal, muy mal.

Aferró el volante con fuerza, sin saber qué sentir; si rabia, incredulidad, desconcierto. El que había sido su novio hasta hacía una hora, había estado evasivo, buscando temas superficiales toda la noche, lo cierto es que no se encontraba de humor para ello, no después de haber pactado su sentencia con aquel señor feudal.

Al final tuvo que hacerlo sin tanto tacto como se imaginó, pero a quién engañaba, jamás lo había tenido con nadie y en ese momento, aunque lo intentó, afloró su carácter.

Cash la observó como si toda la Coca Cola del mundo se hubiese acabado, bueno, eso a él no le interesaría tanto puesto que no ingería azúcar porque era adictiva y blablablá, pero era un decir, aunque para ella sí hubiese sido esa una tragedia, casi como la que estaba viviendo.

Entonces el chico negó de manera dramática, acto seguido, aventó su plato al piso como un niño malcriado y ella solo pudo pensar que su madre habría muerto de la furia si él hubiese hecho eso en su casa. Los modales, ante todo, tragarse lo que piensas y sientes, también era parte del puto combo, como no.

El asunto fue que lo tiró. Samantha lo observó con sus ojos azul profundo bien abiertos, apenada, pero asombrada también. Cash era la tranquilidad personificada. Entonces le dijo que no, que no estaba de acuerdo, que para él eso no estaba ocurriendo. Se disculpó con el mesero y ayudó para levantar el plato, todo eso bajo la mirada de la pelirroja que lucía atónita.

El hombre bebió toda su agua natural, por aquello de la azúcar, pues, y sonrió retomando la conversación que tenían minutos antes de que lo terminara.

Samantha pestañeó y buscó su mano, pero él la quitó y le dio un golpe a la mesa, levantándose, sorprendiéndola de nuevo.

—Dije ¡no! —gritó logrando que los comensales lo observaran intrigados. Y es que estaba montando un escándalo que jamás ella hubiese imaginado.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora