6. Lou

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Intento conciliar el sueño después de haber salido de la terraza, pero es imposible. No sé si estoy afectada por lo duro que ha sido Rodrigo conmigo cuando intentaba acabar con nuestro odio.

Pensaba que ambos nos odiábamos simplemente por costumbre, porque ya habíamos pasado página, pero sigue siendo el mismo inmaduro que sigue viviendo con el pasado reflejado en el futuro.

No sabe cuánto he cambiado, yo tampoco sé cuánto ha cambiado él, pero solo yo estaba dispuesta a comprobarlo.

Supongo que sigue culpándome por todo lo que hice, pero nada fue tan grave como lo que él hizo después de que me besase con su novia por obligación.

Yo no fui quién difundió los rumores que provocaron dos largos años de bullying a dos personas. Una soy yo, está claro, la otra fue su propia hermana.

Sí, señoras y señores, Rodrigo no midió el alcance de sus acciones y fue Rosa quién sufrió gran parte de las consecuencias de lo que pasó a pesar de que iba contra mí.

La homofobia sigue existiendo y, en un instituto privado y católico, fue como volver a la época franquista. Todos fueron cazadores y Rosa y yo las presas.

Nunca sabré qué hizo para que todos se enterasen de nuestras condiciones sexuales, pero no olvidaré un solo insulto, una sola broma pesada, ni tampoco las lágrimas contenidas mientras sostenía a Rosa entre mis brazos, esperando la ambulancia. Nunca olvidaré que casi mata, no de forma directa, a la única persona que merecía ser tan feliz que irradiase alegría, como cuando la conocí un año y medio antes del trágico suceso. No es fácil que hasta tu propia familia te de la espalda simplemente porque te gusten las mujeres, y ella no podía más.

Me aburro de tanto dar vueltas en la cama, pensando en temas que me consiguen poner más triste de lo que ya estaba por la noche.

Me siento en la cama, con el portátil y abro el documento de word donde ya he empezado a desarrollar el guion de mi última idea. Me imagino, por un momento, mis guiones en la gran pantalla. Después de todo, soñar es gratis.

A las ocho, cuando el sol ya ilumina mi habitación, escucho la puerta de la terraza. Rodrigo habrá dormido ahí. La pena es que no se ha quedado dormido el suficiente tiempo como para que le haya dado una insolación.

Mentira.

No hay que desear el mal a nadie.

O igual solo oculto mi resentimiento antes de que mi imaginación vuelva a imaginar su muerte.

Sigo escribiendo, pero desconecto los auriculares y pongo el máximo volumen.

Si ayer se reía de que viese Zombies, hoy va a tener que escuchar todas las canciones de las películas, las de Descendientes también.

No tarda en golpear mi puerta, cabreado. Lo ignoro y conecto el altavoz. Ahora sí. No escucho cómo aporrea la puerta, no escucho sus quejas. Ya no lo ignoro, simplemente no sé si sigue ahí.

Intento escribir el final de la secuencia más romántica de la historia, pero Rodrigo entra a mi habitación sin permiso, coge mi altavoz y sale tan rápido que no me da tiempo ni a levantarme cuando ya se ha vuelto a cerrar la puerta.

Salgo, buscándolo con la mirada, pero no tardo en descubrir que se ha encerrado en el baño con el altavoz. Porque puedo escuchar aún What's My Name de forma amortiguada mientras, supongo, que busca el botón para apagarlo.

Pronto supongo que lo encuentra, dejo de escuchar la canción más icónica de toda mi adolescencia.

-Rodrigo, sal antes de que toque cualquier cacharro que encuentre en tu preciada habitación- amenazo al otro lado de la puerta, intentando abrir.

En el fondo del mar (Pausado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora