13. Lou

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Estar de nuevo aquí es como si no hubiera cambiado nada. En el porche de la casa de los Argumanez he pasado muy buenos momentos, en ninguno están ellos y por eso son buenos.

-Lou- me llama Rosa desde la puerta principal. Me he quedado quieta en las escaleras que llevan a ella. Rodrigo está parado detrás de mí, esperando pacientemente a que siga poniendo un pie delante del otro.

Siento que le debo algo, después de lo ocurrido en el tren. Aunque sea una explicación, se lo debo. Pero no ahora, no aquí.

Sigo subiendo las pocas escaleras que hay y entro, apenas recordaba el especial olor de la casa. El ambientador de pino, que siempre dije que olía a césped recién cortado, también el delicioso aroma a algún dulce recién preparado por la madre de Rosa y lo más importante, el olor de lo conocido, lo seguro, que no sé describir qué es, pero es una parte esencial de la casa. Es lo que te hace entrar y no querer salir.

-Lou, dormirás con Rosa y Rodrigo en su habitación- nos informa el señor Argumanez. A pesar de su edad sigue estando en forma, es alto y de hombros anchos. Además su espeso bigote negro le da un toque serio que te lleva a respetarlo. Aunque sea el hombre más amable del mundo.

-Claro, sin problemas- sonrío mientras sigo a Rosa hasta su habitación, al final del pasillo de la planta baja. Cuando venía a su casa siempre estábamos ahí, a menos que hiciera buen día, entonces salíamos a la mecedora del porche. La habitación es pequeña, pero muy acogedora. Mires por donde mires hay algo identificativo de mi mejor amiga, ya sean posters o fotos de toda su vida.

Antes de irme a Arenales del Sol pasé aquí dos semanas enteras. Cuando estaba en mi peor momento me acogieron y me trataron como a una más de la familia. No dormí aquí, me dejaron usar la habitación de Rodrigo, que es una especie de buhardilla, para estar tranquila y tener mi privacidad para desahogarme.

Mi concepto de familia son ellos. Nunca faltan sonrisas, ni tampoco galletas caseras cuando estás triste.

Les agradezco todo lo que soy y lo que llegaré a ser. Gracias a mis padres solo tengo un trozo de plástico que uso para emergencias.

-¿Necesitas colgar algo en el armario?- pregunta Rosa mientras deja su bolso sobre su cama.

Rosa es, sin duda alguna, como una hermana para mí, a pesar de su atracción por mí.

Su pelo rizado y alborotado me hace pensar en ese día. Cuando la necesidad de hundir mis dedos en los rizos se me hizo imposible de soportar. Solo que no eran sus rizos, si no los de su hermano.

-Sí, llevo el traje de tu hermano y mi vestido- le paso la funda donde están guardados para que ella lo coloque. Si algo he aprendido es que su armario no se toca, es una especie de santuario para ella. Está lleno de trajes de todo tipo. Desde imitaciones muy buenas de Chanel hasta un vestido Louis Vuitton para el que estuvo ahorrando años, pero que nunca se ha puesto.

-Parece que ahora os lleváis de maravilla- lo dice a modo de reproche. Llega uno de los momentos en los que odio nuestra amistad, cuando se olvida de que solo somos eso, amigas.

-No te creas, hay días de todo- intento quitarle importancia al asunto.

-Antes solo había días malos- me informa, como si no lo supiera ya.

-Todo cambia- me siento sobre su colcha rosa, agotada después de no haber hecho nada. Necesito estar en movimiento para que mis energías no se me escapen.

-Pensaba que después de lo que nos hizo no cambiaría- me reprocha mientras empieza a abrir la cremallera de la funda, para ver los trajes. Antes de que pueda abrir la boca para decir algo vuelve a hablar-. Anda, si hasta lleva la corbata del mismo color que tu vestido- dice, falsamente cautivada.

En el fondo del mar (Pausado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora